La Santa Misa.

 

Pbro. José Alberto Rodríguez Pérez

 

 

LA SANTA MISA

Novela Católica

 

 

 

 

 

 

 

Colección Novelas Católicas

        PREÁMBULO

               Se publica la Novela LA SANTA MISA, cuyos capítulos presentan la manera que tenía san Pío de Pietrelcina de vivir la celebración de la Misa.

            El padre Pío reveló a uno de sus hijos espirituales -el padre Derobert- que durante la Misa acompañaba a Jesús en su Viacrucis. Nosotros, sin mencionar al santo y,  dejando intacto lo esencial de su experiencia, lo plasmaremos en torno a la historia de una joven que, motivada por su ángel guardián, es llevada a participar en la Santa Misa activa y conscientemente.

               Se le pide a los lectores asumir la trama con empatía natural y sentido de fe, pues lo que se expresa allí es lo que la Iglesia cree y enseña sobre la celebración eucarística. "La Eucaristía es el memorial de la obra de salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo",  dice el Catecismo en el numeral 1409.  

 

 

 

 

 

 

 

  CAPÍTULO 1

 LA PREPARACIÓN 

        

            Encontrábase en un Centro Comercial una joven llamada Lorenis. Tenía veinte años. Vivía un día muy difícil, porque había recibido cinco malas noticias: su tío había muerto de Covid 19; su universidad iba a cerrar las puertas nuevamente, debido al nuevo brote de coronavirus; a su papá lo habían despedido del trabajo; en la madrugada, su mejor amiga había salido del País y, por si fuera poco, acababa de recibir un mensaje del banco, donde le notificaron que no les habían aprobado un crédito, con el que su familia quería salir de deudas. 

            Su preocupación era mucha. Tenía una pesadez interior. Quería llorar y estar sola. Las personas que caminaban por el friolento Centro Comercial no se daban cuenta del estado de ánimo de Lorenis, porque, además de que no la conocían, cada cual estaba en lo suyo: mirando exhibiciones y teniendo plácidas conversaciones. Eran las cinco de la tarde.

            Hubo un momento en el que se oyó el sonido solemne de unas campanas electrónicas.  Lorenis estaba sentada sola, en un asiento público del pasillo. 

            –En una hora comienza la Misa. 

            –¡Dios, qué susto! –replicó Lorenis, mientras se tocaba el pecho con ambas manos–: tú, ¿quién eres? 

            –Tu fiel acompañante. Aunque no me veías, siempre he andado contigo, porque recibí este encargo del Creador. Sé que para ti este día es indeseado, pues sientes que todo te sale mal. No existen días malos, sino personas débiles con situaciones difíciles. Si sigues el ritmo de Dios, comprenderás muchas cosas.

            –¡Entonces tú eres mi ángel guardián! –exclamó, sorprendida. El ángel tenía luz celestial. Su rostro era sereno y recogido. Lorenis no salía del asombro, mientras las campanas de la iglesia terminaban su ritmo. 

            –Así es: soy tu ángel guardián. Se te ha concedido verme sólo para recibir de mí la explicación del misterio de la Misa. En la Misa encontrarás lo que buscas, y, aún más de lo que tu corazón desea  –dijo el ángel, mientras hacía con la mano derecha una pequeña cruz.

 

          EN CAMINO 

            Se dirigieron a la iglesia en completo silencio, para participar en la Santa Misa. Lorenis caminaba e iba pensando así: "no se si vale la pena todo lo que he hecho, todo lo que tengo, todo lo que soy: mi carrera, mi familia, mis amistades, mi manera de sentir… de verdad no sé si vale la pena seguir". Y le llegaban muchos pensamientos negativos, los cuales consentía deliberadamente. 

            Lorenis tenía buena base de fe, porque, incluso fue auxiliar de catequista en su adolescencia.  Bajaban las escaleras y ella veía a las personas con sus mascarillas puestas. Sentía la impotencia de saber que morían muchas personas conocidas y desconocidas.  Se daba cuenta que el virus arrastraba innumerables vidas y la gente se contentaba con decir: "le tocó, ¿qué se puede hacer?". En eso, dijo en voz alta:

            –¡Cuánto no daría yo por hacer algo por este mundo enfermo! 

       Nuestra joven tenía dentro la semilla del bien, pero  sucedía que se hallaba en un tramo de su vida, donde no le era posible ver con claridad;  no porque no hubiera claridad, sino porque su alma estaba en un estado tal, que no le permitía reconocer lo bueno: en ese momento, para ella todo era malo, todo oscuro, sin sentido.  Incluso, pensaba que en su vida todo se borraba.  

            El ángel la acompañaba muy respetuosamente y, de pronto, la detuvo y le dijo: 

            –Si sientes que escribes en agua, si crees que tus planes se deshacen, debes saber que hay Alguien que escribe en clave de eternidad: ese es Dios, que hace las cosas para jamás y nunca borrarse: todos, absolutamente todos sus actos permanecen en el tiempo y nada ni nadie hay que los contradiga –le dijo el ángel, con la intención de irle preparando para la Misa. 

            Y, prosiguió el ángel. 

            –Los hombres quieren hacer algo por el mundo, pero no se dan cuenta que ya Jesús lo hizo todo:  lo que debe hacer el hombre es unirse a Él, trabajar con Él. 

            Habían recorrido una cuadra en su camino hacia  el templo, cuando Lorenis, en voz alta, preguntó a su acompañante.

            –No entiendo, ¿Cómo es eso que Cristo hizo todo y, eso de trabajar con Él?–. La gente que pasó en ese instante por el lado de Lorenis, pensó que estaba loca, porque la vieron "hablando sola".

            El ángel siguió la sabia explicación. 

            –Mira: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús tiene un valor infinito, tanto que nuestra imaginación no alcanza captar toda su realidad. Lo que sucedió aquella primera Semana Santa no tiene comparación con ningún acto humano normal: el amor y obediencia del Hijo cautivaron el corazón del Padre eternamente. Ese acto jamás se borrará, porque fue escrito con sangre y amor. ¿Por qué crees que Dios tiene tanta paciencia con el mundo, sin que éste lo merezca? –preguntó el ángel en medio de su exhortación–: porque el Padre mira a su eterno Hijo. Fue el Hijo quien quitó al Padre el inmenso dolor que traía desde el primer pecado. 

      –Pero, ya eso pasó hace dos mil veintiún años  –repuso Lorenis–: la muerte de Cristo ya sucedió.  

      –No –interrumpió el ángel–: todavía se da. Sucedió y sucede: he aquí el misterio. En la Santa Misa sucede todo ese misterio. La Misa es un acontecimiento hecho oración. Lo vivirás en breve. A Misa no vamos principalmente a decirle algo a Dios, sino, sobre todo a presenciar lo que Dios, por medio del Hijo en el Espíritu Santo, hizo y sigue haciendo por nosotros hasta el fin de los tiempos.

      Siguieron su caminata. Caminaban lento, muy lento.

            LLEGADA AL TEMPLO 

            Era un templo gótico de gran altura, con vitrales solemnes en los laterales y, en la pared principal interna, un crucifijo tallado en madera, de perfecto acabado. Los feligreses se iban ubicando en los asientos, con distancia sanitaria. Al lado de cada persona se colocaba su respectivo ángel de la guarda, cada ángel con una especie de dos cofres, una en cada mano: el cofre de la mano izquierda era de color gris y el de la derecha de colores variados.  El sonido del órgano ambientaba el sagrado recinto, donde se iba a celebrar la Eucaristía.

       Faltaban veinte minutos para las seis de la tarde, cuando Lorenis y su acompañante cruzaban la puerta de entrada del templo. La joven andaba apesadumbrada, pero con grandes expectativas. Se santiguaron con agua bendita y entraron. 

       –Prepárate para que vivas la obra de amor que sostiene al universo entero. Ahora,  haz silencio, apaga tu celular, mira el crucifijo y, piensa, durante estos veinte minutos en el evento de la última cena, porque en el comienzo de la celebración vamos a acompañar a Jesús en el Huerto de los Olivos, sufriendo con Él ante la marea negra del pecado: sufriremos con Él y lo acompañaremos hasta la resurrección. Así que: ¡prepárate! 

            Y, continuó el ángel. 

            –¡Qué pocas personas aprovechan lo que sucede en la Misa! Si todos lo supieran, no perderían la Misa por nada del mundo. Pero, de igual modo la Misa ilumina, aunque los que estén allí,  incluyendo al sacerdote, no intuyan todo lo que sucede… prepara tu interioridad y entra en el radio de la fe.

 

"Faltaban veinte minutos para las seis de la tarde, cuando Lorenis y su acompañante cruzaban la puerta de entrada del templo".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 2

DE LA SEÑAL DE LA CRUZ AL OFERTORIO: GETSEMANÍ  

 

 

            Lorenis no tenía costumbre de vivir la Misa, siempre se distraía, pero ahora tendría la ayuda motivadora de su ángel. Ella estaba dispuesta a poner todo lo que fuera capaz, para intuir eso tan sublime que el ángel le había explicado en la caminata desde el Centro Comercial hasta el templo. 

            Le dijo el ángel: 

            –Desde la señal de la cruz hasta el ofertorio,  debes tomar en cuenta, que Jesús está en el Monte de los Olivos (Mt 26, 36-46), asumiendo el Mal de la humanidad. Debes acompañarle piadosamente y, con el corazón,  ponerte en su lugar. Esfuérzate: haz lo que puedas. No es una simple imaginación: es un hacerte consciente. 

 

            EL COMIENZO 

            Comenzó el canto de entrada. Se oyó la campana. El sacerdote, que representaba a Jesucristo, salió de la sacristía  junto a dos monaguillos. El color de su casulla era verde. El beso litúrgico que el sacerdote dio al altar era visto por Lorenis como la piedra, en la que, según la tradición, Jesús reposó en aquella finca de Olivos la noche antes de la pasión. Por una parte el sacerdote besando el altar, por otra, el ángel y Lorenis yéndose con su corazón y su mente hacia ese lugar de turbación y presentimiento de muerte, llamado Getsemaní o Monte de los Olivos.    

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MISA: En el nombre del Padre,  del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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            Dijo el ángel a nuestra joven:  

             –Jesús está en el Monte de los Olivos: ¡acompáñale! Métete muy dentro de Él: mira cuánto dolor, cuánta lucha, cuánto pesar. Él sufre, sufre mucho, porque su Padre no es amado por todos  los hombres como debería ser amado, como lo ama Él. 

            Lorenis, por su parte, se ponía en el lugar de Jesús y, pensaba: "si yo, con cinco problemas,  estoy que no aguanto, ¿cómo será el dolor de Jesús, que no son cinco los que carga, sino todos los problemas del mundo?" 

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MISA: Para celebrar dignamente los sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.

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            El ángel dijo a Lorenis:

            –Revisa tu corazón y descubre que unas gotas de sudor de Jesús son por tus pecados: esas veces que has fallado en la pureza, en la humildad, en el aguante cotidiano, en la oración, en la acción caritativa. Siéntete pecadora: es suficiente.

            En el brevísimo instante de silencio, nuestra joven no dejaba de bajar la mirada, con profunda contrición. Se sentía pecadora y notaba que su débil condición estaba metida en un sollozo de Jesús. 

 

            EL SACERDOTE VIVÍA LA MISA

            Algunos de los presentes vivían la Misa bien, otros no. El sacerdote que presidía, en ese momento de  examen de conciencia, pasaba por su memoria, en tres segundos, cuando estuvo postrado en el piso el día de su ordenación sacerdotal, dando a entender la fragilidad humana y la indigencia espiritual ante la majestad de Dios. 

           

            DISTRACCIONES

            Al lado derecho de Lorenis había un caballero, que, mientras daba el triple golpe de pecho, durante el Yo Confieso, pensaba qué palabras acusadoras iba a decirle a su esposa al llegar a casa, ya que, al salir a Misa habían discutido y, el tema aún no había quedado cerrado. El ángel guardián de este caballero se hallaba a su lado,  en oración por él: miraba el gran crucifijo y, al mismo tiempo, miraba al caballero con ojos compasivos. 

            En el segundo banco se hallaba una señora de unos cuarenta años de edad, llamada Selenia. Ella fue a la Misa a darle gracias a Dios, porque su marido acababa de negociar una abundante cosecha de maíz. Su intención tenía suficiente pureza, tanto que su ángel guardián colocó la intención en su mano derecha, donde los ángeles guardianes solían colocar las intenciones rectas, las que nacían de un corazón simple. El color de esta intención era azulado. 

             Lorenis se distraía, pero su ángel le iba recordando los pasos de la Misa. 

            –Trata de pensar en la ola de Mal que Jesús sentía en su alma: piensa cuánto le pesan a Jesús los pecados de tu tío fallecido; piensa cuánto le duele a Jesús la tristeza de tu familia al no poder recibir el crédito del banco;  ten en cuenta que los sudores y lágrimas de Jesús son todo el Mal que se ha cometido, se comete y se cometerá en el mundo hasta su fin (las caídas de todos los pecadores, las quejas de todos los enfermos, las tibieza de vida espiritual de los creyentes, las herejías, las blasfemias, el culto al placer,  el abuso de poder, las divisiones entre cristianos, las ideologías perversas, las imperfecciones humanas de los miembros de instituciones encargadas de hacer el bien en el mundo, etc.). 

            La joven Lorenis se esforzaba por practicar todo lo que su ángel le indicaba. Se daba cuenta,  de este modo, de toda la carga de Jesús y, fue aquí donde comprendió lo que dice el Evangelio de Lucas: que Jesús sudó gotas de sangre (22, 44), algo que anteriormente creía que era un simple adorno literario. "El pecado pesa mucho", pensaba Lorenis.

            Mientras se cantaba el Ten Piedad y el Gloria, los ángeles allí presentes, unos ciento veinte, se preparaban para llevar  a las manos del sacerdote las intenciones de sus acompañados.

 

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MISA: Oremos 

Dios todopoderoso y eterno, te pedimos…

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            Llegado el momento de la oración colecta, cuando el sacerdote dijo "oremos", y durante el breve silencio, cada ángel guardián se acercó al sacerdote para colocar las intenciones de cada participante de la Misa (peticiones y agradecimiento). Solamente eran dejadas al ministerio del sacerdote las oraciones que los ángeles llevaban en la mano derecha, que correspondían a las hechas con sinceridad y rectitud. Las oraciones grises,  o sea, sin color, eran dejadas en el aire. Cuarenta intenciones grises fueron dejadas al aire por los ángeles, lo cual formó una nube de humo negro encima de los asistentes. Este humo negro hizo que en la parte superior del templo entraran una gran cantidad de demonios con intención de distraer a los que estaban participando del Misterio. Pero, una vez que el humo se disipó, los ángeles caídos desaparecieron. 

            Por el contrario, las intenciones coloridas,  algunas ochenta, fueron colocadas en las manos consagradas del sacerdote, quien, con la oración colecta, elevaba al cielo un perfume agradable a Dios Padre. De las cinco peticiones de Lorenis, tres fueron colocadas en las manos del sacerdote y dos dejadas en el aire. Las elevadas en la masa de perfume, fueron: el alivio del alma de su tío fallecido, la protección de su amiga que había salido del país y, la de sus estudios. 

 

Durante el breve silencio, cada ángel guardián se acercó al sacerdote para colocar las intenciones de cada participante de la Misa

 

            LA HUMANIDAD DE JESÚS 

            La Misa seguía evocando a Jesús en Getsemaní, sintiendo la muerte cercana. Su humanidad,  es decir, su carne, era, como es normal, sensible al dolor. Se hallaba a solas con su Padre. Por una parte, su corazón ardía en celo por su amado Padre (quería consolar a su Padre por toda la ofensa recibida desde el principio del mundo) y, por otra parte,  su carne reclamaba consuelo. 

            Mientras el sacerdote dirigía la oración colecta, Lorenis se estaba introduciendo mejor en el misterio celebrado. Todos estaban de pie. El ángel dijo a Lorenis en el oído, con voz muy suave:

            –La Misa está beneficiando al mundo entero. Pon mucha atención a las palabras de esta oración, no pierdas ninguna, porque, con seguridad, están llegando al corazón del Padre. Es la Iglesia la que ora. Ese plural,  ese "nosotros", ese "te pedimos", se eleva en nombre del universo. 

            Esas palabras despertaron en Lorenis el sentido universal. Recibió una luz para comprender la razón por la cual la Iglesia era denominada "católica" y, haciendo una combinación de imaginación y fe, se vio junto a la humanidad adorando a Jesús angustiado. Se sentía acompañada. No se sentía solitaria con sus cinco problemas. Tenía su mirada fija en Cristo y,  por lo mismo, abrazada y apoyada por su Madre, la Iglesia. Estaba concentrada: era ella, pero envuelta en una gran familia.

 

            PREOCUPACIÓN DEL SACERDOTE

            El piadoso sacerdote, cuando los lectores se preparaban para subir al ambón, pensaba en la cantidad de ovejas suyas que vivían en pecado mortal, e indiferentes a Dios. Era una parroquia de diez  mil habitantes. Su corazón sintonizaba con el de Jesús, a quien contemplaba en ese instante dirigiendo al Padre la oración: "Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero no sea mi voluntad,  sino la tuya" (Lc 22, 42). 

            El ángel guardián del sacerdote, le susurró: 

            –En su debido momento, has de acelerar tu creatividad pastoral. Ahora, sigue viviendo la Misa.

            Aquel susurro del ángel, quitó la angustia al sacerdote y le llenó de esperanza, porque estaba en ese momento sufriendo con el Redentor. El sacerdote se hizo consciente de no ser él el Mesías, sino su ministro. 

 

 

CAPÍTULO 3

SIGUE GETSEMANÍ 

 

            La misa seguía su ritmo. Había terminado la oración colecta y estaba comenzando la liturgia de la Palabra. Las lecturas correspondían al segundo domingo  del Tiempo Ordinario, ciclo B. La Iglesia celebraba el domingo de la Palabra de Dios.

            Comenzaron las lecturas. Lorenis, el sacerdote, Selenia y varios más, estaban con el alma unida a Cristo orante en el Huerto de los Olivos o Getsemaní. 

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MISA: Lectura del Libro de Samuel 

 

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel,  y él respondió: "aquí estoy"...

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            –Escucha bien –le dijo a Lorenis su ángel–: entremezcla estas palabras en tu realidad. Es Dios el que habla, es su pensamiento hecho relato. No pierdas una sola frase de estas lecturas. Y, recuerda:  ¡Jesús aún está en Getsemaní, consolando a su Padre y justificando a los hombres! 

            Y, prosiguió el ángel: 

            –El amor obediente del Hijo es el descanso del Padre. Aquí se repara la indiferencia ante Dios. Mira cómo la Palabra de Dios muchas veces no es aprovechada por el hombre. El hombre es naturalmente débil. 

            El dolor de Jesús aumentaba al sentir que para muchas personas en el mundo, la Palabra de Dios no generaba ningún compromiso. Ese 'Sí' de Getsemaní era una gran reparación que llegaba al corazón del Padre en forma de plegaria. Con su pequeño tamaño humano, Lorenis comprendía lo lastimoso que era para las entrañas de Dios los innumerables 'No' que cada hombre da a Dios y su Palabra. 

            Seguía la primera lectura. 

            Mientras se leía el relato de la vocación de Samuel, el sacerdote pensaba en cuántas almas se perdían por falta de pastores y, también, consideró las muchas veces que, por debilidad, él mismo había descuidado sus deberes de piedad.

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MISA: ...Palabra de Dios.

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            –Que tu respuesta sea consciente –dijo el ángel a Lorenis–. Lorenis dijo con fuerza y desde dentro: "Te alabamos, Señor".

 

 

          CONSUELO

            Selenia seguía participando en la Misa con profunda piedad. Mientras se recitaba el salmo 39, "aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", su ángel le dijo:

            –Ofrécele a Jesús el consuelo de tu disponibilidad. Recita el salmo con conciencia. Tu ofrenda de acción de gracias ha sido aceptada por el Padre de los cielos. Di con tu vida: "aquí estoy para hacer tu voluntad". No repitas por repetir.

            Selenia comprendía que podía dar más como esposa. Se dijo a sí misma: "la cosecha de maíz, por la que vengo a agradecer, debe ser un signo de cómo tiene que ser mi entrega conyugal". Y, comprendía durante el salmo, los cansancios de su marido, sus quejas, sus bajones de humor y demás desaciertos.  Todo esto se daba espontáneamente, sin razonamientos pesados: las lecturas se iban metiendo en su vida de forma natural, como agua desbordada. 

            Algunos asistentes, por ejemplo, una familia que había asistido por la última noche de un familiar difunto, no estaban concentrados: escuchaban las lecturas, pero no les asomaba ninguna idea. Incluso, varios de ellos, sin ningún escrúpulo, maniobraban espontáneamente su celular. Los ángeles guardianes de éstos se hallaban en completo silencio,  con rostro de sorpresa y dolor.

            El santo Evangelio fue proclamado con solemnidad, como corresponde al día de la Palabra de Dios. Los monaguillos llevaron cirios encendidos. El perfume del incienso daba sensación de cielo.

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MISA: Lectura del Santo Evangelio según San Juan.

 

 En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: "este es el Cordero de Dios"...

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            La imagen de Cordero de Dios era plenamente entendida por quienes vivían profundamente la Misa. El sacerdote, en la homilía, explicaba que la manera como este cordero quitaba el pecado del mundo  era mediante su misericordia, expresada en el perdón de los pecados. Dijo que no era con la venganza ni la ira como Dios quitaba el Mal, sino con sobreabundancia de Bien. Decía: "La sangre de los machos cabríos servía para que Dios tolerara los pecados de la humanidad,  pero con el sacrificio de su Hijo, los pecados, si el hombre acepta, son aniquilados, desaparecidos por completo. Este es el Cordero que señala Juan a sus dos discípulos y, este es el cordero que, en breve, recibiremos en la santa comunión". 

            Las palabras de la homilía iban cayendo como agua en tierra reseca sobre los que estaban viviendo la Misa. Unas cinco personas se estaban durmiendo durante la homilía, mientras sus cinco ángeles guardianes se miraban y revivían el hecho dado en Getsemaní, del sueño que les entró a los tres discípulos que esperaban a cierta distancia, mientras Jesús oraba (Lc 22, 45). El sacerdote se daba cuenta de los somnolientos feligreses y, lejos de sentir indignación, elevaba el corazón a Cristo sufriente, ofreciéndole la tibieza espiritual notada durante su ministerio sacerdotal, en muchas confesiones mal hechas.  

            Durante la recitación del credo, todos los ángeles guardianes se pusieron de pie, en señal de firmeza. 

            Terminada la oración de los fieles, el ángel dijo a Lorenis: 

            –Prepárate para lo que viene: comprenderás el acto de amor más grande que jamás se haya dado en el mundo. Es un amor tan, pero tan grande, que hace que el ayer y el mañana se fundan en el hoy. La entrega de Jesús se sigue dando en cada Misa. Viene el ofertorio. Desde allí comenzará propiamente el viacrucis. Presta mucha atención, porque lo que verás te quedará marcado para siempre.

 

 

CAPÍTULO 4

OFERTORIO: EL ARRESTO DE JESÚS 

 

            Comenzaba el canto del ofertorio. Los monaguillos se disponían a llevar al altar las ofrendas de pan y vino.

            El ángel dijo a Lorenis: 

            –Es el momento del ofertorio, ahora debes contemplar a Jesús apresado: el momento ha llegado. Es aquí donde hay que pensar en el misterio de la traición de Judas. Jesús termina su oración en el huerto con su corazón lleno de ternura por el Padre. Se entrega y se coloca en manos de los hombres, como hostia blanca servida en la patena.   

            Lorenis imaginaba el tumulto de aquella noche del jueves santo, cuando Judas fue con la comitiva a arrestar a Jesús. El canto de la Misa  decía varias veces la expresión: "te ofrecemos con el vino y con el pan…". Lorenis trajo a la mente el instante en que Judas dio el beso a Jesús. En ese momento nuestra joven  vivió el dolor de la traición y se dio cuenta que Jesús sentía dolor de alma, por el daño que estaba viniendo sobre Judas, al no aceptar la propuesta del evangelio, ocultando durante mucho tiempo el mal que llevaba dentro.  

            El sacerdote agregaba una gota de agua al vino, mientras decía en secreto: "el agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien quiso compartir nuestra naturaleza humana". Aquel gesto de Jesús de colocarse en manos de los judíos para padecer y morir equivalía a la unión del agua con el vino, en el que Dios nos donaba su propia vida. El sacerdote miraba la hostia grande y pensaba en el sacrificio del Cordero que estaba por consumarse; miraba las hostias pequeñas del copón y pensaba en las pequeñas ofrendas de los hombres.

            –¿Qué está sucediendo?, ¿Por qué todos los ángeles van al altar? –preguntó Lorenis a su ángel, profundamente asombrada.

            –En este momento llevamos al altar hostias de vida. Llevamos a la patena lo que cada uno de ustedes regala al Señor. 

             –¿Pero, no lo hicieron en la oración del comienzo? 

            –No. En la oración colecta entregamos las acciones de gracias y peticiones.  Acá entregamos los sudores y glorias venidas por cada fidelidad de ustedes, lo que cada uno ha cosechado durante la semana, sea poco o sea mucho. 

             –¿Y, qué puedo ofrecer yo?

            –Tus logros, luchas, cansancios, dudas. Aquí puedes entregar las traiciones de tus amigos. ¿Recuerdas que tiempo atrás te preguntabas si valía la pena continuar o no en el camino de Dios?: hoy mismo, en el camino desde el Centro Comercial hasta acá, te venías preguntando si valía la pena seguir. Este es el momento exacto de ofrecer. 

            –¡Ahhh! –exclamó Lorenis. 

            –Sí, este es el momento de los envíos al Padre celestial. ¡Y, es seguro que los envíos llegarán a su destino!, por la sencilla razón que se depositan en el gran envío del Hijo. 

            Fue en ese momento,  en cuestión de segundos, cuando los ángeles guardianes, los que recibieron ofrendas de sus acompañados, volaron al altar, formando, entre todos, una masa de luz, llevando en sus manos ofrendas multicolores y multitamaños. Primero se las presentaban al Padre Dios,  luego las depositaban en el altar. 

            –Ofrece más: no tengas miedo, todavía te queda –le dijo el ángel a Lorenis. 

            En ese instante, nuestra joven ofreció las luchas con mucha conciencia, y lo hizo tan bien, que su acción oferente cruzó las fronteras de sí misma, pues, recordó a una exprofesora suya, que, no teniendo ni hijos ni esposo,  y, sintiéndose sola, enferma de Covid y deprimida, decía a la vecina que la cuidaba: "déjame morir, por favor". Tal recuerdo hizo que el ángel guardián de esta profesora llevara al altar de aquella Misa las quejas y desilusiones de la enferma, gracias a la intercesión de Lorenis, mejor aún,  gracias al misterio de comunión que hay en la Iglesia. 

            La mirada de Jesús a Judas estaba siendo una mirada universal,  con la que reparaba ante su Padre las innumerables traiciones de todos los tiempos. El corazón del Padre se estaba complaciendo sobremanera.

 

"Fue en ese momento,  en cuestión de segundos, cuando los ángeles guardianes, los que recibieron ofrendas de sus acompañados, volaron al altar, formando, entre todos, una masa de luz, llevando en sus manos ofrendas multicolores y multitamaños. Primero se las presentaban al Padre Dios,  luego las depositaban en el altar".

 

            Hubo una persona que le preguntó a su ángel guardián: "¿Qué significa que el sacerdote se lava las manos en la Misa? Yo he oído que significa cuando Pilato se lavó las manos". El ángel le respondió: "No –e hizo una leve sonrisa–: no significa eso.  Significa la contrición del sacerdote. Él, aunque actúa en la Persona de Cristo, es pecador como lo son todos los humanos. Por eso, en oración secreta, pide a Dios que lave sus pecados"

            El ángel guardián de una persona que participaba con mediana concentración, le dijo, para prepararle: "cuando escuches la palabra "ofrenda" en las oraciones de la Misa,  no se refiere a dinero, sino al pan y vino y, después de la consagración, a Jesús mismo".

            Cuando el sacerdote hubo preparado el altar para el sacrificio, se disponía a comenzar la oración sobre las ofrendas. 

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MISA: Orad, hermanos, para que llevando al altar los gozos y fatigas de cada día, nos distingamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios Padre todo poderoso.    

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            –Tu participación va perfecta. Sigue adelante  –dijo el ángel a Lorenis–: hemos entrado en la liturgia eucarística. 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 5

EL PREFACIO: AGRADECIMIENTO AL PADRE 

 

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MISA:

El Señor esté con ustedes 

–Y con tu espíritu 

–Levantemos el corazón 

–Lo tenemos levantado hacia el Señor 

–Demos gracias al Señor, nuestro Dios

–Es justo y necesario 

En verdad es justo y necesario es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar...

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            Con el prefacio estaba comenzando un momento especial en la Misa, porque mediante este, toda la Iglesia agradece al Padre el don del Hijo.

            El ángel se dirigió a nuestra joven: 

            –Pon una atención especial aquí, porque nos estamos acercando al corazón de la Eucaristía. Debes repasar, en casi un minuto, los hechos y dichos más resaltantes de la vida de Jesús, y, con todo lo que dé tu corazón, agradece al Padre los bienes depositados en la persona de Jesús.

            Lorenis así lo estaba procurado y, para ello, se estaba ayudando poniendo la mirada en el crucifijo que estaba al frente suyo. La mirada al crucifijo estaba siendo clave en aquella experiencia de nuestra amiga. Mejor aún,  Lorenis miraba el sagrario y el crucifijo de hito en hito, es decir, mirando uno y otro alternativamente, sin parar. Lo hacía elevando el corazón al Padre con acciones de gracias siempre nuevas, por las maravillas concedidas en la persona de Cristo. 

           

            GOZO DE JESÚS

            El sacerdote, mientras pronunciaba el prefacio dominical VI, dio todo lo que pudo para entrar en el misterio interior de Cristo y, como quien entra en una empatía especial, pudo descubrir un caudal de gozo en el alma de Jesús, porque su sí doloroso traería la reconciliación del Creador con la creación. Por esta razón,  toda la naturaleza desbordaba de alegría, porque también ésta iba a sentir los efectos de la redención.  

            En el corazón de Jesús había un canto de alabanza al Padre por haber permitido que llegara aquella hora. Su corazón humano, en ese momento, había comprendido el plan del Padre, quien le estaba reservando el cáliz de la Pasión, pero también el consuelo de la Resurrección.

            EL CIELO BAJÓ

            A medida que transcurrían las palabras del prefacio, todos los moradores del cielo comenzaron a posar la mirada en el  altar donde estaba por hacerse presente el Santo Cuerpo y Sangre de Jesús, por medio de la liturgia. En el momento que el prefacio decía: "por Cristo,  Señor nuestro, a quien cantan los ángeles y los arcángeles, proclamado sin cesar:", en ese momento sucedía algo sin igual.  

            –¡Oh! ¿Qué está sucediendo? –preguntó Lorenis muy asombrada –: ¡Dios mío! ¿Pero, qué es esto? 

            En ese momento se vieron los arcángeles, miles y miles de ángeles, querubines y serafines,  que bajaban del cielo cantando el SANTO. No podía faltar la Reina de los ángeles y Madre del Cordero, María Santísima.  El cielo estaba unido a la tierra. La liturgia terrena y la celestial se unieron en una sola voz. No solo las criaturas angélicas,  sino también la inmensa multitud de bienaventurados del cielo estaban allí, adorando. 

            –Todo el cielo ha bajado para contemplar y adorar este gran milagro –dijo el ángel a Lorenis–: todos a una voz proclaman la santidad de Dios uno y Trino. 

            –¿Y, por qué no se muestra esto a todos los hombres, así creerían más? –preguntó a su ángel nuestra noble joven. 

            –Porque Dios es amigo de la pureza y quiere que lo busquen por medio de la fe y no desde la espectacularidad. Esto se le muestra a algunos, como a ti,  para que luego den testimonio de lo visto. 

            Y continuó el ángel: 

            –La mayoría que asiste a Misa no sabe penetrar el Misterio. Muchos  se contentan con solo escuchar, pero no se hacen parte de los acontecimientos. Creen que los oídos son suficientes. La Misa es el amor de Jesús en el tiempo, hasta el fin del mundo. 

            El canto del santo estaba siendo un reconocimiento público de la grandeza de Dios. Los que estaban viviendo la Misa pensaban,  durante el canto del Santo, en las imperfecciones humanas, en los problemas por que resolver, en las cosas malas que sucedían. De pronto el ángel guardián de cada uno les susurró un reclamo: "ahora no pienses en la carencia de Bien, no centres tu atención en ello, piensa mejor en el Bien absoluto que tienes al frente, pues toda imperfección humana se evapora delante del fuego de la santidad de Dios. Adora, ¡y listo!".

 

"En ese momento se vieron los arcángeles, miles y miles de ángeles, querubines y serafines,  que bajaban del cielo cantando el SANTO".

 

            Para nuestra joven, la Misa estaba siendo una experiencia de cielo. La Lorenis del centro Comercial que el ángel vio una hora atrás,  era muy distinta a la de ahora. 

            –Lo que viene, constituye el corazón de la Misa. Así que: ¡prepárate, que, ahora sí: viene lo mejor! –dijo el ángel a Lorenis. 

CAPÍTULO 6 

COMIENZO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA Y CONSAGRACIÓN: LA CRUCIFIXIÓN 

 

 

            Finalizado el canto del Santo, continuó  la Misa. El sacerdote usaba la plegaria eucarística III. 

            El ángel dijo a Lorenis: 

            –Ahora debes hacer memoria de la prisión de Jesús,  su flagelación, su coronación de espinas y su camino al Calvario. Unos segundos son suficientes para ello. Debes hacerlo desde ya, que comienza la plegaria eucarística,  hasta la consagración. 

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MISA: Santo eres en verdad, Padre y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por  Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro...

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            Pocos segundos fueron necesarios para que nuestra amiga sufriera con Jesús la atroz flagelación. Mientras Jesús era flagelado, cada reacción de su carne, cada nuevo dolor, era como una plegaria por los cristianos tibios. El dolor era casi insoportable. No quedaba espacio para respirar bien.  

            El corazón del Padre se hallaba complacido, con menos dolor. 

            En este punto de la Misa el sacerdote se hallaba profundamente identificado con el misterio. Su semblante crispado era notado por todos los asistentes. Estaba sufriendo con Cristo. 

            El ángel del sacerdote le susurraba paulatinamente: 

            –Contémplalo coronado de espinas. Esta obediencia hacía falta en el mundo, para reparar infinitamente la desobediencia que comenzó con Adán y Eva. Ni la obediencia de millones de creaturas angélicas hubiese sido capaz de satisfacer por el pecado de la humanidad.

            Y, exclamó: 

            –Por esto, una sola Misa vale tanto. ¡Si los hombres lo supieran! 

            Lorenis imaginaba a los soldados preparando la cruz, amontonando los clavos, buscando el martillo. Al frente de la iglesia, en la plaza, en ese momento hubo un alboroto debido a una pelea. Lorenis, oyendo aquello, imaginaba el revuelo que se armó en la crucifixión de Jesús. Su mente estaba imaginando, ayudando a la fe. 

 

            EPÍCLESIS 

 

            El monaguillo agitó la campana: era la epíclesis, es decir, la invocación  del Espíritu Santo sobre las especies eucarísticas. El sacerdote colocaba las manos extendidas sobre las hostias y el vino. El sonido de la campana estimuló la fe del sacerdote e inmediatamente imaginó al mundo entero arrodillado delante de Jesús, a quien intuía acostado sobre la cruz, mientras los soldados tomaban los gruesos clavos. 

 

            En ese momento de consagración, en que el celebrante trazaba la cruz sobre el pan y el vino, Lorenis se dio cuenta que Jesús, en persona, tenía el pan en sus santas manos, como lo había hecho en la Última Cena. Era el mismo Cristo en la persona del sacerdote quien consagraba las especies eucarísticas. En la pronunciación "este es mi cuerpo", los que vivían la misa vieron que Jesús,  en lugar del sacerdote, era quien pronunciaba tales palabras. Veían que Jesús sacaba su corazón y lo elevaba en forma de hostia, mostrándolo a los presentes, mejor aún, entregándolo al mundo. En ese momento sonó la campana por segunda vez, anunciando la consagración del pan.     

            –No desaproveches este momento:  adora con todo tu corazón –dijo el ángel a Lorenis.

            –¿Qué significa el corazón elevado? –preguntó Lorenis con voz muy bajita. 

            –Es el Sagrado Corazón que tanto ha amado a los hombres. Es una entrega de amor que no conoce límites. He aquí el amor que sostiene al mundo. Este corazón palpita día tras día, minuto a minuto, segundo a segundo, allí donde se celebra la Eucaristía. 

            –¿Esto quiere decir que la carne que se nos da en Misa es carne de su corazón?

            –Así es: –repuso el ángel–: ni a nosotros, los ángeles,  se nos concede ese privilegio: solo a ustedes. Nosotros los ángeles no entendemos cómo algunos seres humanos poco valoran esta medicina del alma. El Corazón de Jesús palpita dentro de cada alma que comulga. Cada latido es diferente en cada persona, porque su amor espléndido  lo hace adaptarse a nosotros sin componendas. 

            Había un silencio celestial. Todos estaban arrodillados. En el momento de la elevación del cáliz con el vino consagrado, Lorenis vio a Cristo bañado en sangre, elevado en la cruz.  En ese momento, Dios Padre experimentó una especial complacencia, posando la mirada serena en el Hijo Amado. El Padre tenía menos dolor que antes. 

 

"Era el mismo Cristo en la persona del sacerdote quien consagraba las especies eucarísticas. En la pronunciación "este es mi cuerpo", los que vivían la misa vieron que Jesús,  en lugar del sacerdote, era quien pronunciaba tales palabras".

 

            El sacerdote, por su parte, mientras sostenía el cáliz arriba, entendió algo nuevo: que, ante el pecado de la humanidad,  Dios no siente enojo, sino dolor; tuvo un momento de gracia para saber que el enojo proviene del egoísmo, el dolor del amor. Aprendió que, en su ministerio pastoral, debería preferir el dolor que el enojo.

            Mientras elevaba el cáliz,  el sacerdote observaba sus propias manos y pensaba en el Misterio de la Encarnación, pues esa misma carne que miraba era la misma que Jesús asumió,  menos en el pecado. Intuía a Jesús dolorido, pensando en la anchura y hondura del dolor humano. Pensaba en el dolor impotente causado por las enfermedades, la pobreza material y la muerte. El dolor de la humanidad estaba comprimido en un solo hecho: la crucifixión sacramental de Jesús, realizada en el pan y vino recién consagrados. El dolor humano en Jesús,  estaba a la espera de la resurrección. 

            Terminada la consagración,  el ángel dijo a Lorenis: 

            –Estamos en pleno centro de la Misa. Este   momento lo  deseó inconscientemente el pueblo de Israel en pleno desierto, cuando se les dio el Maná.

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MISA:

Este es el sacramento de nuestra fe. // Anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección,  ven Señor Jesús. 

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CAPÍTULO 7

ORACIONES DESPUÉS DE LA CONSAGRACIÓN:

LA GRAN ENTREGA DEL CRUCIFICADO 

 

            Inmediatamente después de la consagración del pan y el vino, correspondían unas oraciones especiales. 

            Dijo el ángel: 

            –Debes saber que Jesús ya está crucificado. Ya pertenece al mundo. Ahí está: mostrado, exhibido. Su dolor es crudo. Es aquí donde el corazón del Padre está más sensible, porque es donde el Hijo, junto a su Iglesia, consuma su entrega, por la que nada se queda por fuera: ni la Iglesia de la tierra,  ni la Iglesia del purgatorio ni la del cielo. 

            Estas palabras daban a Lorenis motivo para participar con más atención al desenvolvimiento de la Misa. 

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MISA: Así, pues, Padre al celebrar ahora el memorial de la Pasión salvadora de tu Hijo… 

Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia,  y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad…

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            En el momento de pronunciar las palabras: "la  Víctima, por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad…", el sacerdote imaginaba a Cristo en la cruz, corporalmente desecho, con fiebre e inmensos dolores, e, imaginaba a Dios Padre sonriendo al mundo, olvidando para siempre la historia de pecado de la Humanidad. Lo imaginaba, pero desde la fe  sabía que así estaba sucediendo. 

            Lorenis dijo a su ángel: 

            –Es ahora cuando estoy comprendiendo lo que nos decía la catequista de primera comunión: que la Misa es la actualización del sacrificio de Cristo. 

            –Sí, nada tienes que envidiarle a San Juan, a María Santísima, a las mujeres de Jerusalén, quienes estuvieron presente en el sitio exacto de la crucifixión. La sangre que se derramó en aquel momento, es la misma que está  en este altar. Así lo ha dispuesto la Divina Providencia.

            Y, continuó el ángel: 

            –Si todos los hombres comprendieran esto, te aseguro que aumentaría el número de participantes y la calidad de la participación en todas las celebraciones eucarísticas  –y continuó – fíjate: la Misa es tan grande, que, aunque celebre el sacerdote solo, tiene, en el mundo, el mismo efecto reparador que si estuviesen participando mil personas presencialmente. 

            Mientras el sacerdote, con su casulla verde,  seguía con las manos extendidas, pronunciando aquella plegaria llamada anámnesis, los presentes, la mayoría, vivía el misterio celebrado.  Otros estaban sumamente distraídos.   

            El dolor del Hijo, quien en ese momento era el único centro de atracción del Padre en el Espíritu Santo, estaba siendo místicamente transformado en amor. Por ello, la Iglesia peregrina estaba plenamente unida, en invocación de ayuda, a toda la Iglesia Triunfante. La plegaria estaba nombrando a la Virgen María, a San José,  a los santos y mártires, a quienes en ese punto de la plegaria se les solicitaba ayuda para que cada bautizado se ofreciera con Cristo al Padre. No hay palabras para expresar el valor de una sola Misa. 

            El ángel dijo a Lorenis: 

            –Debes saber que la Bienaventurada Virgen María, en este momento de Misa, está mirando a la Iglesia  de forma especialísima. Cierto, ella nos ama y nos escucha siempre, pero en la Misa su maternidad es especialmente tierna,  por la sencilla razón que ella mira a su hijo como El Cristo Total, es decir, a Él como cabeza y, al mismo tiempo, a la Iglesia como su Cuerpo. 

            Continuó el ángel: 

            –El amor es la medicina del dolor. Amando,  es como el Hijo de Dios se solidariza con este mundo adolorido. No te imaginas,  Lorenis, el dolor que hay en el mundo. Hay dolor, mucho dolor. Siempre hay dolor, no hay un momento que el mundo deje de sufrir; por eso, la Iglesia celebra la eucaristía a diario, porque el universo solo no puede con tanto peso; mejor aún: el mundo necesita un sentido para su dolor, siendo la Misa la respuesta a esta necesidad. 

            Y, siguió el ángel: 

            –El mundo no se mantendría en pie si no hubiera Misa. Por eso, a cada instante comienza una Misa en la extensión del planeta. Mientras en una mitad del mundo duermen de noche,  en la otra mitad velan para celebrar la Misa. 

            En ese momento en que Jesús colgaba de la cruz, el corazón del Padre estaba abierto de par en par. Era el momento que la liturgia oraba por el Papa y el Obispo diocesano. En esa época, el obispo estaba dedicado a resolver una situación difícil en su Diócesis. Por la celebración de aquella eucaristía, el obispo estaba recibiendo luces especiales y aumento de la gracia de estado, por la que, mediante una toma de decisión, la dificultad se acercaba a la salida.

            SU TÍO 

            Una nueva experiencia dentro de la Misa se le estaba concediendo  a nuestra joven. Los feligreses más cercanos a su asiento la notaban muy centrada en la Misa. No era fanatismo ni ilusionismo: era piedad. 

 

            –¡Oh, Dios mío! –exclamó ella–: pero, ¿qué es lo que estoy viendo? 

            En ese instante, cuando la gran plegaria decía: "y, con nuestros hermanos difuntos,  que confiamos en tu misericordia", en ese momento a Lorenis se le concedió ver a su tío en el camino del purgatorio. Lo vio sudoroso,  pero con cara serena, por haber recibido un poco de agua fresca, con la que iba a recorrer un tramo purificador con menos ansiedad. 

            En esta parte de la Misa, como se dijo, Jesús se hallaba colgado de la cruz, en plena agonía. Tenía la hemoglobina por el piso, por la perdida de sangre. Con aquella estadía en la cruz, Jesús  asumía el pánico de todos los enfermos presentes en el mundo entero, y, por los méritos de su obediencia, y, en atención a los que en esta Misa, y en todas las misas que se celebraban en el mundo entero, estaban participando conscientemente, se concedió una indulgencia especial a todos los que murieron de Covid 19 ese día. 

            El sacerdote estaba profundamente inmerso en la plegaria. Su mente era amplia y católica, por lo que adoraba, no sólo en nombre de su parroquia,  sino del mundo entero. Se sentía crucificado, por lo que todos los problemas eran vistos por él con óptica nueva.  

            El sacerdote pensaba en sus pecados y en los de sus feligreses. Conocía a cada feligrés,  sus temperamentos, sus luchas, sus caídas, todo lo veía con esperanza, sin angustias. Allí estaba quien atendía su despacho parroquial. Veía sus defectos con ojos diferentes. 

            Jesús,  en ese momento era el único polo de atracción de la mirada del Padre. Nada, absolutamente nada negaba el Padre al Hijo,  ahora menos. 

            El ángel de cada persona que vivía la Misa dijo a cada uno: 

            –En cinco segundos Jesús expira: entrega su espíritu. Es un momento decisivo. Atento. 

           

"En esta parte de la Misa, como se dijo, Jesús se hallaba colgado de la cruz, en plena agonía".

 

            LA GRAN ENTREGA 

            El sacerdote, mientras concluía la plegaria eucarística,  iba pasando por su mente la muerte de Jesús, hasta que levantó el Cuerpo y Sangre y dijo:. 

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MISA: POR CRISTO,  CON ÉL Y EN ÉL A TI DIOS PADRE OMNIPOTENTE EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO TODO HONOR Y TODA GLORIA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.

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            –Di un AMÉN consciente.

            En el momento que la asamblea respondió con el "amén", en el Infierno se realizó un agudo grito, tan diferente, que atormento a todos los poderes del infierno.

            Los ciento veinte ángeles guardianes,  mientras eran levantados el pan y vino consagrados, inclinaron la cabeza hacia adelante en señal de reverencia. 

            –Este es el solemne abrazo entre el Padre y el Hijo, en el Espíritu Santo. Es aquí donde se sella la Nueva y eterna Alianza.

            En virtud de esta entrega que la Iglesia hace al Padre (a su Hijo muerto), se produjeron muchas aplicaciones de la gracia de Dios en el mundo: muchas embarazadas que pensaban abortar, encontraron la razón para no hacerlo, muchos padres de familia recibieron inspiración para educar a los hijos, muchos indecisos se apegaron al bien, innumerables almas recibieron lluvias de agua en el purgatorio, varios enfermos que murieron con deseos de ver un sacerdote sin lograr conseguirlo, recibieron indulgencia.  

            Dijo el ángel a Lorenis: 

            –Este era el momento por el que suspiraron Moisés y los profetas. 

 

 

 

CAPITULO 8 

EL PADRE NUESTRO Y FRACCIÓN DEL PAN

 

            En este punto de la novela, vemos a Lorenis totalmente diferente a casi una hora atrás,  cuando, sentada en el centro comercial no sabía qué hacer. Ahora, su rostro lucía sereno. 

            –Ya el caudal tiene cauce –dijo el ángel en voz alta, pero como hablando consigo mismo. 

            –¿Cómo dices? –preguntó Lorenis. 

            –¡Descuídalo! –dijo, como evadiendo la respuesta. Era que el ángel veía a Lorenis sumergida en el Misterio de la Misa y, quería no seguirle explicando, para dejar que la fe fuera su única guía.

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MISA: Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir: Padre nuestro que estás en el cielo santificado...

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            El ángel comenzó a dejar que la gracia actuará en Lorenis. Ella, mientras cantaban el padre nuestro, tenía sensación de gloria. Alrededor suyo surgieron algunos pensamientos distorsionadores: "¿cómo te alegras, si Jesús está muerto? Murió,  ¿entiendes?: murió". 

            El ángel,  notando que nuestra joven bajaba el nivel que traía,  le dijo: 

            –Es el Padre nuestro. Jesús muerto es el equivalente a la alegría, porque ya el cielo canta reconciliación. Ya no hay enemistad objetiva. Ahora,  espera el tiempo de Dios. Lo tuyo es celebrar. El padre nuestro es la oración de los redimidos. Ya puedes decir con propiedad "Padre nuestro", porque Jesús, con el sello de su muerte, ha hecho a los hombres hermanos en Él. 

 

"El ángel,  notando que nuestra joven bajaba el nivel que traía,  le dijo: 

            –Es el Padre nuestro. Jesús muerto es el equivalente a la alegría, porque ya el cielo canta reconciliación".

 

            El sacerdote se hallaba pleno en el espíritu. Descubrió que ser ministro de la Misa y, al mismo tiempo participante, y vivirla,  era tarea no fácil, pero posible. 

            Todo el universo se sentía uno, mejor aún, lo visible y lo invisible se unieron en una realidad que adoraba a Dios Uno y Trino. Había como una respiración universal.

            Terminado el canto del padre nuestro, la liturgia prolongaba la petición final "líbranos del mal", con un profundo deseo de paz.

            –Esta parte de la Misa también es muy importante,  mediante ésta, muchos corazones a lo largo y ancho del mundo están adquiriendo fuerzas para vivir –Esto lo dijo el ángel a Lorenis, porque, notaba que, mientras el sacerdote pronunciaba las palabras "Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles", se notaba algo distraída por creer que era algo accesorio de la Misa.

            Y, continuó el ángel: 

            –No es accesorio, no es secundario, como si fuera la "colita de la Misa". El hecho que hasta te sepas de memoria esta parte no implica que vas a bajar la guardia. No olvides que la Misa, más que palabras, es acontecimiento. 

 

            FRACCIÓN DEL PAN

            En pleno canto del Cordero,  el celebrante tomó la sagrada hostia consagrada y la partió. Este gesto de partir elevó la mente del sacerdote al hecho de la muerte del Jesús, quien se había entregado a ella totalmente libre, movido única y exclusivamente por su pasión por el Padre y las almas. Allí  estaba el sacrificio incruento de la cruz. El sacerdote miraba el pan y vino consagrados alternativamente y, de inmediato,  su mente se iba a ponerse en el lugar se la Santísima, quién padecía con su hijo en la esperanza. 

            –El hecho que se hallen separados el Cuerpo y la Sangre, ya por sí solo, habla de sacrificio. La Misa es un verdadero sacrificio. No se entiende cómo muchos pretenden dar culto a Dios buscando diversión o sentirse bien por encima de todo. A Misa vamos primordialmente a darle gusto a Dios, a consolar su herido corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 9 (Capítulo final)

COMUNIÓN:

LA SANTA RESURECCIÓN 

 

            Después que el sacerdote partió la hostia grande, gesto que representaba la muerte de Cristo, tomó una pequeña parte y la depositó en el cáliz, diciendo en secreto: "el Cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna". 

            El ángel de Lorenis, retomando su tarea,  le dijo:

            –Es acá cuando debes pensar en la Resurrección de Jesús, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo. 

            La gracia de Dios, que venía operando en los que vivían la Misa, les hizo entrar en el misterio inmenso de la Vida de Jesús. Los ángeles cantaban el aleluya. 

            En ese instante, cuando aún no había acabado el canto del Cordero, los ángeles de los que vivían la Misa  se pusieron de acuerdo para decir las mismas palabras a cada uno.

            –Ese gozo que tienes se debe a la victoria de Dios. Debes saber que Dios nunca fracasa. Él tiene su tiempo, su propio reloj. El secreto de Dios es ver la realidad ampliamente: así miró el Padre la Pasión de su Hijo. En tres días miró todo y abarcó todo. 

 

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MISA: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la Cena del Señor.

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            EL ASOMBRO DE UN DESCUBRIMIENTO 

            En el momento que el sacerdote levantaba el Cuerpo de Cristo, presentándolo a la asamblea,  nuestra joven experimentó un gran estupor al descubrir algo, para ella nuevo. 

           –Oh, no sabía que el Cuerpo que comulgamos era cuerpo glorioso. 

           De inmediato,  el ángel respondió.

            –He ahí el misterio. Es el cuerpo de Jesús vivo,  pero con las marcas de las llegas, tal como lo palpó el Apóstol Tomás en el día de la Pascua. Es un cuerpo inmerso en el amor, pero amado y reverenciado sólo por algunos. Es un cuerpo sensible al sufrimiento hasta que la naturaleza humana sea plenamente glorificada en el cielo nuevo y la tierra nueva. 

 

            LA COMUNIÓN 

            Llegó el momento de la comunión. El sacerdote fue el primero que comulgó. Mientras consumía la sangre sagrada, su intuición le llevó a relacionar el olor a vino con las miserias humanas. El sacerdote sabía que, aunque olía a vino, era la sustancia de la sangre del Señor. Su espíritu alto le llevó a pensar en el estrecho vínculo que existe entre la Misa y las miserias humanas. 

        Los demás hacían la fila para comulgar. 

        El ángel dijo a Lorenis:

        –Fíjate en esa anciana que llevan a comulgar. He ahí un alma pura en quien vive permanentemente la gracia de Dios. Ella fue la que mejor vivió la Misa. Fíjate –y puntualizó –: ella no oye: vivió la Misa solamente mirando los gestos del sacerdote. Ella estuvo inserta en el misterio de la Misa, aún mejor que el sacerdote. Su ángel guardián,  que caminaba a su lado, era el más sereno de los ángeles presentes.

            –Anda: comulga –dijo el ángel a Lorenis. 

            –Pero, no me siento digna.

            –La comunión no es un premio para santos, sino remedio para pecadores. Nadie es digno de comulgar. La única digna es María Santísima, ningún otro humano lo es. Si no tienes impedimentos graves, lo puedes hacer. 

            Nuestra joven comulgó. Aquella comunión fue clave para completar el proceso de espiritualización que se estaba llevando a cabo en el alma de Lorenis en aquella inolvidable Misa. Estaba siendo una con Cristo. 

            Después de la comunión se hizo un silencio litúrgico. 

            –Calla y piensa. El silencio es el mejor vehículo para comprender la Santa Misa –dijo el ángel a Lorenis –: acabas de vivir un misterio que sólo en silencio se puede abarcar.  

            El reloj de Lorenis marcaba las seis y cincuenta y cinco de la noche. Estaba sentada en el banco en completa oración. El ángel traía a su recuerdo aquel momento cuando se le mostró en el Centro Comercial: también estaba sentada, pero con actitudes distintas. 

            El celebrante hizo la oración poscomunión y luego dio la bendición. 

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MISA: En el nombre del Señor,  pueden ir en paz. 

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            El ángel le dijo: 

            –¿Te das cuenta que no hay días malos? El "ir en paz" es una invitación a llevar el mensaje de Jesús a todos los que puedas. Quédate algunos minutos dando gracias. No te vayas de una vez.

            –¿Qué pasará ahora contigo? –preguntó Lorenis a su fiel amigo –: te estoy muy agradecida. 

            –Seguiré contigo, pero invisible. La fe será tu guía. 

            El ángel repuso: 

            –Como viviste la Misa, así la vivía San Pío de Pietrelcina. Sus estigmas eran fruto de esta vivencia. Él sufría los mismos dolores de Jesús.

            Lorenis salió del templo con el alma serena. Pensaba muy dentro de sí: "Me siento acompañada  por Jesús. Estuve con Jesús". 

 

 

FIN

 

 

 

 

 

 

 

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