JESÚS LA ÚLTIMA SOLEDAD

 

Novela Católica

 

JESÚS

LA ÚLTIMA SOLEDAD

 

 

 

 

Pbro. José Alberto Rodríguez Pérez

 

 

 

 

 

Colección “Novelas Católicas”

 

JESÚS

LA ÚLTIMA SOLEDAD

 

            Nuestra historia comienza en pleno Océano Pacífico, dentro de una gran Embarcación de pasajeros que viajaba a 30 km/h en un mar calmado y templado. La Embarcación había salido de Puerto los primeros días de Abril, y llevaba doscientos pasajeros a bordo.

 

CAPÍTULO 1

UNA GRAN CRUZ EN EL CAMINO

 

            Allí, en ese enorme barco, viajaba Naomi, acompañada de sus dos amigas  Samantha y Rebeca. Iban destino a Tierra Santa. Al ser compañeras de clase  en la carrera “Licenciatura en Turismo”, realizaban un viaje de 12 días de recorrido para cumplir requisitos universitarios.    

 

            Naomi era huérfana de madre desde adolescente, y vivía con su abuela materna. Su padre aún vivía, pero sufría de Parkinson y Alzheimer, ambas enfermedades en fase grave. Su País de origen estaba  golpeado por una crisis sin precedentes, lo cual hacía que especialmente entre jóvenes, se palpase un fuerte fenómeno migratorio: muchos jóvenes “volaban” a otros países en busca de un futuro mejor.

 

            En medio de esa enorme masa de aguas oceánicas,  pues, viajaba nuestra protagonista con inquietudes en su joven corazón. Se hacía sentir un viento frío que rozaba la cara de los tripulantes que se hallaban en la popa -parte trasera del barco-, observando el espectáculo marino de olas que iban y venían.  Y el mismo fuerte viento meneaba notoriamente los cabellos largos de las mujeres.

 

            –Rebeca, Samantha –dijo Naomi en voz alta, con tono suave y casi subconsciente.

 

            –Dinos, amiga –respondió Rebeca en nombre propio y también de su amiga Samantha.

     

            –Este viento es distinto a otros vientos –dijo de inmediato Naomi.

 

            –¡Claro, como ves, estamos rodeados de agua! –dijo Samantha–: hay sobreabundancia de oxígeno.

 

            Las tres amigas miraban la horizontalidad del mar casi en un solo punto, aunque en realidad no habían muchos elementos qué mirar: solo agua. Algunas veces, no siempre, se veían otros barcos a lo lejos. Era alrededor de las siete de la mañana, amaneciendo el cuarto día de aquel largo viaje.

         

            –Saben, amigas: fue buena opción venirnos en barco, aunque tardemos más    –dijo Samantha a sus amigas–: en avión no hubiésemos tenido la oportunidad de admirar este impactante  natural.

 

            –Así es –repuso Naomi–: en un mundo de rapidez es bueno no perder el sentido de saborear las cosas, especialmente las de la naturaleza.

 

            En el cielo había una lumbrera gigante perfectamente redonda. No se sabía con certeza si era el sol saliendo o la luna escondiéndose. Lo cierto es que allí iba la nave Sinertia Fg7 -así se llamaba- cargada con 200 tripulantes encima del gran Pacífico. La logística del viaje estaba muy bien organizada. Había interesantes diversiones en el barco: deportes, bailoterapias, competencias, presentaciones gastronómicas de varios países, exposiciones artísticas  y muchas otras cosas.

 

            El quinto día de viaje teníamos a Naomi sola en la  proa (parte delantera del barco) a eso de las cinco de la tarde. Es aquí donde comienza propiamente su aventura espiritual que la llevará a muy altas experiencias de fe. Ese día, el mar, haciendo honor a su nombre, estaba muy sereno,  y este sirvió de instrumento para que nuestra protagonista tuviera un místico pensamiento, que expresó en voz alta:

 

            –Qué inmenso es el mar. Algo así debe ser la compasión de Dios de la que habla el famoso salmo 50 –e hizo una larga pausa para luego citar textualmente un versículo del salmo, pues lo sabía de memoria–: “por tu inmensa compasión lava mi culpa”... –y terminó de acotar–: ¡Ya entiendo la palabra inmensidad!

 

 

 

 

“Allí,  en ese enorme barco, viajaba Naomi acompañada de sus dos amigas  Samantha y Rebeca. Iban destino a Tierra Santa”.

 

 

            La juventud de Naomi para nada había  sido fácil. Tenía que trabajar para pagar sus costosos estudios. Los retrasos en la universidad, debido a la situación País, la habían llevado a pequeñas frustraciones existenciales que iban y venían dentro de su sensible alma, parecido a las olas que estaba observando en ese momento; pequeñas crisis, que,  gracias a su bondad natural y a su fe tradicional, siempre procuraba superar. “Debo aprovechar mucho este viaje”, pensaba ella esa tarde. La comprensión de la frase ‘inmensa compasión’ le serviría de fondo para los episodios de los venideros capítulos.

 

            Lo bueno es que, a su modo, Naomi tenía  fe cristiana. No era la fe de una santa, pues, no le podíamos pedir tanto, sobre todo porque no había tenido mucha ayuda familiar en su infancia… pero, por lo menos tenía  buena voluntad. La frase “debo aprovechar este viaje” la entendía Naomi como un llamado a aprovechar el viaje para afianzar su fe católica, pues el destino no podía ser menos propicio: iban a Jerusalén, lugar donde la sangre del Redentor se vertió físicamente sobre la tierra.  

 

            Al contrario de ella,  su amiga Samantha era de familia pudiente y era, quizá por eso, indiferente a lo religioso, pero respetuosa de los que creían; podríamos decir que en religión y espiritualidad Samantha tenía ‘0’ puntos. En otros asuntos nadie la superaba: era, por ejemplo, ágil en el deporte, a tal punto que se había ganado el título de Campeona Nacional de Tenis.

 

            Rebeca, por su parte, era de tendencia protestante, pero nunca llegó a imponer su religión a sus amigas de universidad. Rebeca era jovial y de buen tino en cuanto a sentido común. Tenía un hermano sacerdote y una prima monja.

 

            –Es abril. Dentro de unos días inicia la llamada Semana Santa –dijo en voz alta un turista que, por su aspecto, parecía ser musulmán.

 

            Luego dijo el sub capitán del barco:

 

            –Para estas fechas suelen viajar muchos  turistas cristianos a Jerusalén; pues, con palabras que ellos mismos dicen: van a “palpar los lugares donde se consumó la redención del género humano”. Yo no sé qué significa eso, pero así dicen.

 

             Algo que aún no habíamos  dicho de Naomi es que tenía días sintiendo malestares en su organismo corporal. De hecho, en la clase de Práctica Profesional II de la semana anterior, tuvo un fuerte descontrol, hasta el punto  que la tuvieron que sacar de emergencia al hospital. Tenía tiempo notando hematomas o moretones en la piel, que le salían con facilidad. Tenía también pérdida inexplicable de peso. Los exámenes de médula ósea habían sido realizados, pero aún no tenía los resultados, debido a que en el hospital no tenían para el momento los insumos necesarios, además de que las veces que había ido a buscarlos no se lo pudieron dar porque no había energía eléctrica, pues la situación difícil Nacional alcanzó también el sistema eléctrico.

 

            En un anochecer de aquellos se hallaban conversando Naomi y Samantha. Hablaban sobre las preguntas que iban a hacer y las fotografías que iban a tomar cuando llegasen a su destino. Iba Naomi a mostrar en su teléfono el cuestionario cuando ve que le llega por el chat de WhatsApp algo un tanto misterioso,  y,  parecido a como cuando alguien recibe de repente una no grata noticia, Naomi de inmediato corta la conversación que traía.

 

            –Qué te sucede, Naomi –acotó Samantha, mirándole a los ojos–: ese silencio me habla.

 

            –Eh... (Trataba de disimular)

 

            El rostro de Naomi palideció mucho y ágilmente cambió el hilo conductor del conversatorio, y dijo con el rostro aún pálido:

 

            –Samantha: estoy pensando cómo hacemos este trabajo de grado con Rebeca; pues ella no es católica y pueden haber desacuerdos, pues vamos a un lugar muy católico.

 

            Samantha se dio cuenta que esa respuesta estaba fuera de contexto, y que más que una preocupación, era un disimulo.

 

            –¡No!… ¡a ti te pasa algo!... ¡te dijeron algo!… ¡viste algo en el teléfono!.... ¡no sé! (esto lo dijo con voz en tono alto)

 

            –No, amiga. De verdad no pasa nada. –Pero esto lo dijo notoriamente distraída, diciendo una cosa y pensando en otra.

 

            –Yo eso no me lo creo –se dijo Samantha para sus adentros.

 

            En ese momento se fue nublando el cielo, pero con nubes grises. Por el altavoz se oyó una notificación: “se recomienda ubicarse en sitio seguro lejos de la popa. Hay amenaza de tormenta. Mantengan la calma. Es solo por precaución".

 

            La conversación fue interrumpida  por aquel imprevisto marino. Cada una se fue a su habitación prácticamente de emergencia. Naomi caminaba como en el aire. No sabía por dónde iba. Afuera se oían truenos y relámpagos muy fuertes.

 

            Una vez en su habitación, Naomi se sienta en su cama. Llora efusivamente. Se echa hacia atrás en señal de resignación. En una ligera dormitación tiene recuerdos de su papá:

 

            “No encontramos la medicina para el Parkinson. Donde se encuentran son súper costosas. Tampoco encontramos las pastillas  del Alzheimer”, dijo a sus hermanos la hermana de Naomi. “No sabemos qué hacer “, dijo uno de los hermanos. (Esto fue un recuerdo que le llegó a Naomi encima de aquella cama). Se oía la lluvia torrencial y el ventarrón a plena noche. En ese momento Naomi pensaba lo difícil que era enfermarse en un país donde no había medicinas, donde los médicos especialistas emigraban y, por si fuera poco, donde había cantidad de apagones frecuentes, lo cual afectaba la activación de maquinarias médicas.

 

            A la media hora llegan las dos amigas a la habitación de Naomi. Le tocan la puerta: tac, tac, tac. Nada. No abre. Repiten. Nada. A la tercera se decide y abre muy lentamente. Aún llovía y relampagueaba.

 

            –Qué te sucede,  amiga. Sabes que cuentas con nosotras –le dice Samantha.

 

            –Está bien. Les contaré. Y disculpen mi ensimismamiento. Es que es muy fuerte        –díjole Naomi, contándoles a continuación lo que vio en el teléfono:

 

            –hace un rato me llegó en WhatsApp una foto. Me la envió una prima a la que yo le había encomendado buscarme los exámenes médicos. (Esto lo iba diciendo Naomi con voz lenta y ojos enlagrimados). Vi mi nombre y mis datos. Ella borró a los dos minutos el envío, pero yo ya había visto el resultado;  y…

 

            Hizo en ese momento una pausa muy larga. Samantha y Rebeca sólo escuchaban sin interrumpir, temiendo a que no quisiera seguir. Ellas miraban el suelo mientras Naomi seguía en pausa y sollozando muy fuertemente.

 

            Rompió el silencio de pronto y dijo tajantemente:

 

            –Tengo Leucemia.

 

            Naomi miraba el suelo y las otras amigas se miraron entre ellas.

 

La abrazaron tiernamente sin palabras, y una de ellas dijo con tono muy profundo, como sacando palabras del alma:

 

            –Te apoyamos. Estamos contigo, amiga.  

 

 

 

CAPÍTULO 2

UNA LLEGADA FORMIDABLE

 

            Después que Naomi contó a sus dos amigas lo de su recién descubierta enfermedad,  quedó desahogada; aunque, como era normal, seguía teniendo en sus hombros el pesar y el pensar.

 

            Como suele pasar en estos casos, la gracia de Dios dio a Naomi un levantamiento sin igual, no solo sobrenatural, sino también natural. (Debía ser que el instinto de conservación prende sus motores y empuja, más de lo normal, a las ganas de vivir).

 

            Faltaban dos días para llegar a Tierra Santa, y esto dio a Naomi motivos para, agarrada de su fe, vivir de esperanza. Estando una mañana en el cafetín, Naomi vio allí a dos monjas vestidas de hábito marrón, y ella se les acercó:

 

            –Hermanas: ¡buenos días!

 

            –Muy buenos días.  Ud. cómo está –respondió una de las religiosas con un semblante sereno y lleno de paz.

 

            –Bien en lo que cabe –respondió Naomi, y prosiguió–: disculpen, ¿ustedes a qué pertenecen?  

 

            –Nosotras somos Carmelitas Descalzas. Vamos a Tierra Santa. Allí tenemos un convento. Nos enviaron desde América a pasar tres años de experiencia en el Convento Ntra. Sra. del Carmen, ubicado en la cima del Monte Carmelo. Este Monte, como sabrá, es reconocido por la aparición de la Virgen del Carmen.

 

            –¿Y cuál es el carisma de ustedes, hermanas? –preguntó Naomi.

 

–Nosotras vivimos gozosas nuestra consagración al Señor en el silencio, la soledad y la vida fraterna, esperándolo todo de Dios. En nuestro convento procuramos ser almas raíces que dan vitalidad a la Iglesia.

 

            –Hermanas: ¿qué consejo le darían a alguien que ha sufrido mucho en su vida?

 

            Sin ningún tipo de curiosidad la hermana respondió de inmediato:

 

            –Que mire a Jesús con una fe imperturbable. Él, desde el pesebre hasta la cruz, vivió con dolor y probó nuestras mismas miserias,  menos el pecado. Más aún: el mismo pesebre era como un breve adelanto de cruz. Vino a enseñarnos a vivir en este valle de lágrimas.

 

             Y prosiguió:

 

            –Ya no podemos decir esta frase: “es que Dios no nos entiende… no nos comprende… está muy lejos“. Decir y pensar esto es una falta de fe muy grande y un acto de desagradecimiento.

 

            En ese momento la religiosa sacó un crucifijo, lo mostró  y continuó:

 

            –Si me pidieran resumir en dos expresiones el acto de la cruz les diría lo siguiente: Amor adolorido, Dolor amoroso. El dolor no mata al alma. El único veneno del alma es el pecado. La obediencia y el dolor fueron elegidos para que el Redentor hiciera su obra en el mundo.

 

            Naomi recibía aquella explicación con mucha piedad y entusiasmo. Ella les explicó a las monjas el motivo de su viaje, y ellas le aconsejaron:

 

            –Trata de vivir en tu corazón cada sitio que visites. No vayas sólo por turismo. Trata, sobre todo, de que tu alma sirva de cámara fotográfica, de grabadora y de encuestadora. No te quiero decir con esto que no debas cumplir tus tareas universitarias; al contrario, si quieres ser buena cristiana debes ser muy responsable en tus compromisos.  –Y siguió con inspiración–: lo que te quiero decir es que no desaproveches la oportunidad de hacer un viaje interior por aquellos santos espacios.

 

            Naomi se interesó y preguntó:

 

            –¿Qué lugares son mejores para visitar?

 

            –Cualquier lugar donde Nuestro Señor puso sus sagrados pies, es bueno para visitar. ¡Tierra Santa es Tierra Santa! Aunque… (hizo una pausa, y mostró un gesto medio irónico en su cara)...  lamentablemente, los conflictos políticos no han dejado de existir… –Y siguió con entusiasmo–: pero allí está el Monte de los Olivos,  donde el divino Redentor tuvo agonía de muerte en la víspera de su Sacrificio. Allí el sacratísimo Cenáculo, donde el Señor instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, y donde los Apóstoles se reunían después de la resurrección, y además, es allí donde recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés.  Allí está el sitio donde fue azotado y el lugar de la Calavera, donde expiró Jesús…

 

            –Con lo que me está Ud. diciendo quisiera que pasen rápido estos dos días que faltan para llegar –dijo Naomi muy emocionada.

 

            –Te obsequio esto –dijo una de las religiosas que era un poco anciana,  y sacó un CD de audios–: esto te podrá ayudar a vivir los momentos venideros.

 

            –Muchas gracias, hermanas –dijo Naomi. Y toma el CD, cuya carátula tenía una cruz de madera con un manto blanco entrecruzado; en el fondo  un cielo azul abierto y luminoso, y una corona de espinas en la parte superior de dicha cruz. El título decía: JESÚS POR DENTRO: LA ÚLTIMA SOLEDAD.

 

            Y se despiden felizmente.

 

            En las siguientes horas veíamos a Naomi silente y callada con fuertes deseos de soledad,  pero no en sentido negativo, sino muy positivo y optimista. Tenía una lucha entre juventud y enfermedad, pero un elemento nuevo la estaba empezando a guiar: la fe.

 

            Corría el comentario entre los pasajeros que llegaría el momento en que pasarían en un punto donde se unen dos océanos. “Es un verdadero espectáculo”, decían; “pues se notan la diferencia en el color de las aguas”.

 

            Efectivamente a las tres horas después de haberse despedido de las monjas, el barco pasa por el punto exacto donde se encuentran los dos océanos, uno de aguas saladas y el otro de aguas dulces.

 

            –Realmente es maravilloso –decía un turista a otro.

 

            –Jamás había presenciado algo igual –correspondió este–: un agua se ve más azul que otra.

 

            –¡Qué fenómeno! –exclamaba muy asombrado otro en lengua hebrea.

     

            Lo cierto es que muchos pasajeros salieron a popa para observar el espectáculo que duró entre 6 y 8 minutos, mientras el barco dejaba un océano para pasarse al otro. Cientos de celulares eran levantados para fotografiar y grabar el fenómeno.

 

 

“Efectivamente a las tres horas después de haberse despedido de las monjas, el barco pasa por el punto exacto donde se encuentran los dos océanos, uno de aguas saladas y el otro de aguas dulces”.

 

 

            He aquí que nuestra joven protagonista tuvo un altísimo pensamiento, que fue el que preparó su corazón para las escenas que viviría en Jerusalén durante los siguientes días. Observando el fenómeno, pensaba: “dos inmensidades distintas que se unen sin perder la diferencia… dos inmensidades… la misericordia divina que busca la miseria humana. Nosotros,  pobres pecadores, somos profundamente amados por Dios… Fue una compasión infinita la que le movió a Jesús querer sufrir y morir por la humanidad”.

 

            Con el alma llena de luz, pero aún contrariada por la noticia de su enfermedad, Naomi se hallaba dispuesta a cumplir responsablemente sus tareas universitarias en aquellos lugares sagrados; pero, sobre todo, estaba entusiasmadísima en profundizar su fe. Los consejos de la  monja iban a ser clave.

 

            –Ya se siente el Jamsín –dijo una turista de habla hispana que se encontraba viendo la cartelera junto a tres amigas en la entrada del cine privado del barco.

 

            –¿Y, qué es eso de Jamsín?   –preguntó Rebeca.

 

–Es un fenómeno natural que ocurre en Israel en el mes de Abril.

 

            –¿Y en qué consiste? –volvió a preguntar Rebeca.

 

            –Son vientos calurosos y secos que vienen del desierto,  y que es propio en este mes –repuso la turista.

 

            –¿Quiere decir que estamos cerca? –preguntó entusiasmada Naomi.

 

            –Sí, muy cerca –respondió.

 

            –Tan cerca que se comienzan a ver las montañas –Y mira hacia el norte haciendo una señalación con el dedo índice.

 

          Naomi se acordó del salmo 125, 2 que dice: “Jerusalén está rodeada de montañas…”

 

            Efectivamente,  a los 60 minutos el barco atracaba en el antiguo y pintoresco Puerto de Jaffa. Allí donde,  según cuenta la Biblia, Jonás zarpó antes de ser tragado por la ballena.

 

            –Fue aquí donde el rey Salomón importó los cedros del Líbano para construir el Templo de Jerusalén –dijo un turista–: y, donde Pedro tuvo su visión en la casa de Simón el curtidor.

 

            Fue una mezcla de cansancio con emoción, pues habían sido 12 días de aventura turística. Todos fotografiaban los alrededores del Puerto,  con más razón si su historia es cristiana. Cada quien se enrumba y nuestras tres amigas toman un bus para buscar el hotel que ya habían apartado electrónicamente. Allí les esperaba un guía local de habla hispana que habían contratado vía internet.

 

            Preparémonos para vivir, junto a nuestra protagonista, momentos muy luminosos,  pero también dolorosos, en la Tierra donde sucedió la primera Semana Santa de la historia.

 

 

 

CAPÍTULO 3

PRIMERA SOLEDAD

 

            Con el alma henchida de emoción,  las tres amigas llegan al hotel reservado y, junto al guía, planifican el recorrido. Ese día era sábado,  por tal razón había, de acuerdo a la norma judía, poquísima actividad laboral. (Todas las oficinas públicas israelíes cierran el Shabbat, al igual que la mayoría de empresas privadas). Al día siguiente era Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa para los cristianos.

 

            Samantha y Rebeca se planificaron de forma que harían los compromisos universitarios de encuestas, fotografías y entrevistas, sin más plan adicional. Se trataba de palpar la cultura del lugar para lo cual debían llenar un largo cuestionario durante los días de estadía allí. Naomi, además de cumplir junto a sus compañeras, las tareas universitarias,  se planificó para asistir a los actos litúrgicos de aquellos días tan especiales para el catolicismo. Por su salud, prácticamente no se preocupaba; ¡total!, tenía que esperar su regreso a casa para someterse a un buen tratamiento.

 

            Al día siguiente, domingo de ramos, Naomi tuvo la dicha de participar en la bendición de ramos  de olivos en la entrada de Jerusalén, sitio exacto donde Jesús fue aclamado por los judíos que le esperaban con mantos y ramas en las manos.

 

            Por cosas de Providencia un grupo grande de turistas de Latinoamérica se hallaba allí en esos días, por lo que Naomi participaría en las celebraciones en su mismo idioma. No faltó el salmo 121 cantado: “qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor; ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”.

 

            La jovialidad de Naomi le hizo ganar amistades fácilmente.  Así que, se hizo amiga de un matrimonio de muy buenos principios cristianos. Se trataba de los esposos Betancourt: Mirla y Freddy.

 

            –Qué distinto es vivir la Semana Santa aquí –dijo Naomi a este matrimonio, después de la Misa de ese domingo. Se hallaban en un restaurante de la ciudad.

 

            –Así es. Pero, aún te falta vivir más, apenas comienza la Semana Santa –repuso Mirla.

 

            –Esta tarde, si quieres, podemos ir al Cenáculo, lugar donde Jesús celebró la Última Cena, y mañana lunes podemos ir al Monte de los Olivos  –dijo Freddy con voz emocionada.

 

            –Algo he leído desde niña sobre estos sitios –replicó Naomi.

 

            –Ya verás lo mágico  de esos lugares –dijo esto e hizo una breve pausa para sacar un folleto que tenia en un bolso, y continuó–: san León Magno dijo que quien quiera venerar la Pasión del Señor  –miró el folleto y leyó textual–  “que reconozca su propia carne en la carne de Jesús “.

  

            Esta frase hizo revivir en Naomi el recuerdo de su enfermedad. Ella no tenía experiencia espiritual de altura. Su fe era la de una joven buena, pero eso de poner su carne con la de Jesús le sabía a algo extraño. Pero, allí estaba nuestra joven: dejándose guiar por el momento presente. Pensaba: “no puedo negar que tengo una lucha interna. No es cualquier cosa tener esta enfermedad… debo prepararme para lo que sea”. (Y se miraba los moretones de la piel)

 

            –¿Te sucede algo, Naomi? –preguntaron esto, porque la vieron algo ensimismada y notoriamente preocupada.

 

            –No se preocupen. Es sólo que hay momentos en la vida donde la oscuridad no aguanta y sale por donde sea… a veces hasta por el rostro.

 

            El ambiente en el restaurant era normal. Al salir de allí para dirigirse al vehículo que los Betancourt  habían alquilado, se dan cuenta de la gran variedad de personas que transitaban por las calles: rabinos judíos con sus imponentes ornamentos, mujeres musulmanes con el rostro tapado, mendigos por doquier, niños correteando, cristianos en grupos haciendo viacrucis en la calle llamada Vía Dolorosa.

 

            Se montaron en el vehículo rumbo al Cenáculo, sala donde Jesús,  teniendo un cuerpo material como el nuestro, cenó por última vez con su Apóstoles.

 

            Al cabo de 10 minutos de camino Naomi saca el CD que le había dado la monja Carmelita y se lo pasa a Mirla que andaba de copiloto  en el automóvil, y le dice:

 

            –Coloque, por favor, este CD un momento. Tengo curiosidad sobre su contenido.

 

            –¡Oh, ese título es interesante! JESÚS POR DENTRO: LA ÚLTIMA SOLEDAD –repuso Mirla mirando la carátula–: y ese cielo abierto en esta carátula es maravilloso.

 

            El audio 01 era como una introducción que decía lo siguiente, entre otras cosas: “para meditar con provecho la Pasión de Cristo hace falta tener una especie de sindéresis cristiana que consiste en ver como ve Dios y conocer como Dios conoce…”

 

            –Sabes, Naomi, Jesús hombre tuvo muchos momentos de soledad humana. Esa soledad le dolía y le hacía sufrir. Pero, los últimos tres días de vida terrena fueron especialmente dolorosos –dijo Freddy, mientras iban en el vehículo  observando en todas direcciones los distintos ambientes.

 

            –Desde el jueves santo durante la última cena, donde quiso hacer un adelanto de cruz en sacramento, usando pan y vino, Jesús saboreó las más espesas de las soledades. Estas eran parte de la Gran Redención –aportó Mirla.

 

            Transcurridos treinta minutos, teníamos a Naomi y los Betancourt en pleno sitio donde Jesús celebraba, al igual que las familias judías lo harían al día siguiente, la cena pascual, pero dándole su propio sentido. Era una casa de Jerusalén que pertenecía a un amigo de Jesús y disponía de una planta baja, utilizada para las oraciones, y una planta alta usada como comedor. En esa planta alta fue la Última Cena. Este cenáculo también es conocido como aposento alto.

 

            Un guía turístico decía a los que iban llegando:

 

            –Este lugar se encuentra justo sobre la tumba de David y muy cerca de la Abadía de la Dormición de la Virgen María, en el Monte Sion de Jerusalén.

 

Y luego dice:

 

–En Mc 14, 12 aparece la pregunta que los discípulos hacen a Jesús: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? ¿Recuerdan? «El Maestro dice: “¿Dónde tengo la sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?“»... y él os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya lista y dispuesta. Preparádnosla allí (Mc 14, 13-15).

 

            El guía turístico repuso con emoción, señalando con su mano abierta:

 

–Esta es la habitación. Está reconstruida, debido a que el tiempo la ha deteriorado.

 

            –Qué silencio más sentido –decían estilo murmullo uno de los turistas que se hallaban también allí dentro.

 

            –Es un silencio que habla de toda una historia de salvación –acotó otro turista.

 

            –¿Por qué historia?

 

            –Porque Jesús dio gracias como buen judío por las obras hechas por Dios en la historia de Israel –volvió a hablar–: pero era el único pan ácimo que en el Israel de aquel tiempo tenía sentido distinto. Era la primera Eucaristía de la historia.

 

            –De manera que aquí se celebró la primera misa de la historia de la Iglesia.

 

            –Sí, así es.

 

            –Y se siguen celebrando Misas –preguntó el turista.

 

            –No. El gobierno Israelí no lo permite. Sólo la celebran en ocasiones especiales, por ejemplo, con la visita de un Papa.

 

 

 

         ****************

            SUCEDIÓ EL PRIMER MOMENTO DE SINDÉRESIS CRISTIANA EN EL ALMA DE NAOMI. En cuestión de quince minutos nuestra protagonista, mirando contemplativamente alrededor de la sala, se le concede conocer con profundidad lo que allí sucedió dos mil años atrás. Descubrió en el corazón de Jesús una compasión sin igual, efectuada antes, durante y después de aquella memorable Cena. No podía ser de otro modo para un Ser que había dejado la gloria del cielo para venir a “embarrarse” de  miserias humanas.

 

            Para imaginar la inmensa compasión de Jesús, Naomi no hizo sino acordarse de las frescas imágenes de los océanos que había visto durante los últimos doce días. Aquella idea de quedarse en el Pan y el Vino era fruto de un amor casi de locura. Pan y vino, Carne y Sangre por separado, le hablaban de sacrificio, de Cordero Inmolado que daba alivio al corazón adolorido del Padre Dios.

             Allí vio la salida de Judas y la mano hipócrita que mojaba comida en el mismo plato del Maestro. ¡Mojadas!: de esto era experto Judas. Él, por la falta de sinceridad,  estaba acostumbrado a las puras migajas para con Jesús.  Pudo descubrir en aquella cena una de las grandes soledades de Jesús, al saber que uno de los suyos lo traicionaría. Podemos imaginar el dolor de un amor no correspondido. Se veía claramente el misterio de todos los “no” dirigidos a Dios desde los dos primeros “no” dados en la historia del mundo: los que dieron Adán y Eva.

 

            Naomi pudo comprender lo que había detrás de la famosa afirmación  que Jesús hizo en medio de la cena: “les aseguro que uno de ustedes me va a entregar’. Aquello era una oportunidad para el traidor. Era la puesta en práctica de la parábola de la oveja perdida, pero Naomi veía al pastor devolverse sin su oveja, porque esta no quería las normas del redil. Vio, en cuestión de un instante, a Jesús con un dolor profundo por el misterio del rechazo. El Maestro se sentía solo en lo humano por el pecado mortal de una sola oveja.

 

            La sindéresis permitió a Naomi darse cuenta de una larga lista de negativas dadas a Dios durante la historia humana. Pero también observó el corazón de Dios Padre totalmente complacido por la logística y el fondo de la cena. Y se le permitió interrogar al alma de Judas Iscariote que estaba apesadumbrado en un rincón:

 

            –Judas, por qué no fuiste sincero contigo mismo, con Jesús y con los demás. Si tenías dudas de fe, hubieses preguntado al Maestro o a uno de tus hermanos. (La siguiente exclamación la dijo Naomi con fuerza): ¡No sé!... Hubieses llamado a Pedro aparte.

 

            Nada respondía. Seguía con la cabeza gacha.

 

            –Por qué te saliste del cenáculo. Hubieses pedido perdón. Te hubieses desahogado. Le hubieras pedido al Maestro hacer después de cenar una dinámica de integración y reconciliación.

 

            Judas seguía mudo con un silencio negativo. Ese silencio que guarda y guarda sin ningún sentido.

 

            “Qué importante es ser sinceros y llamar al pecado por su nombre”, pensaba Naomi en aquel transe sobrenatural que Dios le permitía vivir.

 

            –Si una cosa podemos aprender de tu error, Judas, es que no tenemos que dejar que el mal crezca en nosotros –concluyó Naomi.

 

            ************************

 

 

“En la actualidad. Sala donde Jesús celebró la Última Cena”.

 

 

 

            En eso, el grupo que se hallaba dentro del cenáculo es sorprendido por otro presentador de habla hispana. Entra de pronto y comienza a hablar. Es así como Naomi reacciona de la sindéresis y se reincorpora al grupo.

 

            –Este es el cáliz que usó el Divino Redentor –dijo el presentador. Y muestra a lo alto un cáliz.

 

         Y continuó:

 

            –Aquí nació el sacerdocio.  Aquí se mostró y enseñó el amor extremado. Aquí los Apóstoles se refugiaron en los días de la Pasión. Aquí el Resucitado se manifestó ante ellos varias veces. Aquí Tomás metió sus dedos en el costado de Jesús. Aquí, en este sitio, sucedió Pentecostés.

 

            De aquel lugar Naomi sale con nueva luz. Nunca había entendido la última cena de esa manera. Antes la veía como un simple recuerdo,  pero ahora comprendía una frase pronunciada en la plegaria eucarística durante una misa con niños en la que había participado en su parroquia, y que le quedó grabada: “Él nos reúne ahora en torno a esta mesa,  porque Él quiere que hagamos lo mismo que Él hizo en la Última Cena…”

 

            En la noche se ve otra vez con sus dos amigas para planificar las encuestas del día siguiente que era lunes; pues era cuando propiamente iban a comenzar las tareas universitarias.

 

            En la noche,  antes de acostarse,  Naomi coloca con poco volumen el CD JESÚS POR DENTRO y se queda dormida con el audio 2 sobre la última cena. La última frase que oyó esa noche fue: “los regalos que Jesús nos dejó en la Última Cena nos muestran  a Jesús previsor y conocedor de las futuras necesidades espirituales de sus discípulos “.

 

 

CAPÍTULO 4

SEGUNDA SOLEDAD

 

            Las tres buenas amigas acordaron emplear las mañanas para las tareas universitarias, y por la tarde, cada una elegiría libremente. Ese lunes santo Samantha eligió practicar tenis; Rebeca quiso visitar museos y Naomi visitar lugares sagrados.

 

            Con el matrimonio Betancourt, Naomi había quedado en ir aquella tarde para el Huerto de los Olivos. Mientras esperaba en el hotel, Naomi tuvo otro derrame nasal; pero de inmediato le controlaron.

 

            Tuvo un pequeño diálogo con su novio Fabián que le llamó por teléfono. Le contó sobre su salud física que, aunque no era perfecta,  tampoco era extremadamente grave. Surgió un comentario sobre su País:

 

            –Esta semana han muerto muchos niños en el área de pediatría del hospital central, por falta de oxígeno –dijo Fabián–. Los cortes eléctricos han sido muy graves.

 

            –Las noticias por las redes son casi de infarto –dijo Naomi.

 

            –¿Qué haces ahora?

 

            –Estoy en la sala del hotel esperando a una pareja que me va a recoger para ir al llamado Huerto de los Olivos.

 

            –¿Qué tal el clima allá? –preguntó Fabián.

 

            –Hay viento y algo de calor. Pero, te dejo porque acaban de llegar los que me vienen a recoger.

 

            Naomi y los esposos Betancourt se saludan con emoción y se dirigen al lugar santo donde, según narra el Evangelio, Jesús sudó como gotas de sangre.

 

            –Verás lo que se siente –dijo Freddy, mientras iba manejando el auto. El CD iba sonando y dando pistas en el audio número 4.

 

            Al cabo de media hora llegan al llamado Monte de los Olivos. Había que estacionar el vehículo en un sitio y desde allí caminar varios metros hasta la entrada del verde y antiguo jardín.  Mientras caminaban, iban observando unos árboles de olivo muy antiguos.

 

            –Es impresionante cómo estos árboles se han mantenido  –dijo impresionada Naomi–.  Se ve que los han conservado muchísimo.

 

            Los cristianos de todos los tiempos han sido muy cautelosos en el cuidado de estos santos lugares –dijo Freddy,  al mismo tiempo que caminaban en una masa de gente que iba acercándose al sitio exacto en que Jesús oró y sudó como gotas de sangre.

 

            –De hecho, la colecta que se hace los viernes santos en todo el mundo  en el momento de adorar la cruz, está destinada para conservar estos lugares  –dijo una turista que iba al lado de Freddy y que oía los comentarios de los sorprendidos caminantes.

 

            Llegaron al lugar donde los tres apóstoles se quedaron dormidos mientras Jesús oraba al Padre. Hicieron un silencio especial.

 

**************

EN ESTE MOMENTO NAOMI TUVO UN SEGUNDO MOMENTO DE SINDÉRESIS CRISTIANA: Observó en cuestión de diez minutos cómo aquel dormir de Pedro,  Santiago y Juan era lo que iba a suceder con muchos cristianos hasta el fin de los tiempos. Allí estaba la distracción en la oración de innumerables orantes de la historia humana, la falta de profundidad en materia religiosa de muchísimos bautizados, la tibieza de los buenos cristianos y la frialdad de los malos, el cansancio del que ora sin obtener lo que ha pedido. Allí Naomi vio millones de pecado de omisión por la falta de lucha. Allí vio el fastidio de algunas almas indiferentes ante lo religioso; observó el fastidio  que sienten las personas que van a misa obligadas.

 

            Observó en esos breves minutos cómo muchas almas no logran llenar su capacidad durante su vida terrena, es decir,  que muchas personas se iban de este mundo sin haber rebasado su capacidad de creer,  con la fe a medio o cuarto dar. Sintió el cansancio en el creer de muchos creyentes: los desánimos de fe por no ver frutos inmediatos.

 

«Dicho esto, salió Jesús [del Cenáculo] con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró, y con él sus discípulos» (Jn 18,1).

 

            Dentro de Naomi sucedió que recordó las veces que ella, desde niña, se ponía a rezar a Dios pero rápido se aburría, y no lograba asumir lo que Dios tenía preparado para ella. Comprendió que el cierre de ojos de los tres apóstoles representaba el bajar los brazos de gran cantidad de sacerdotes y personas consagradas que, por rutina, dejarían de tener entusiasmo y fe. Vio lo muy dañino del pecado de pereza y el acostumbrarse a los pecados sin verles la malicia.

 

            En ese dormir apostólico, Naomi vio la falta de fervor en numerosos evangelizadores de todos los tiempos, al igual que la indiferencia ante el hermano que sufre y pasa necesidad. En otras palabras, vio el espeso egoísmo humano haciendo estragos en la tierra y el pesado bolso de debilidad que tiene la naturaleza humana.

 

            Y por si fuera poco pudo sentir en su carne la debilidad corporal de los miles de paisanos suyos que “medio comían” sólo una vez al día, debido a la crisis humanitaria que aquejaba a su País. Veía igualmente la indiferencia de la comunidad política ante el desastre de su Nación, al igual que los desvelos de padres y madres de los países en guerras o en dictadura.

 

            –Naomi,  camina. ¿Te sucede algo? –le dice Freddy. La observa en la cara y nota que tenía otro derrame de sangre por las fosas nasales. Era un síntoma de la leucemia que tenía en su organismo.

 

            La auxilian con servilleta y se mantienen en reposo unos minutos. Al ver la sangre en la servilleta, de inmediato es incorporada de nuevo  por la Providencia a la sindéresis, y caminando, va descubriendo novedades en el campo de la fe.

 

            A Naomi se le concede tener un místico diálogo con Jesús. Aquellos Olivos con aspectos de ancianidad dieron a nuestra protagonista una sindéresis especial. Tuvo un minuto de mística unión.

 

            –Jesús, ¿qué te sucedió en este lugar? –preguntó Naomi directamente a Jesús.

 

            –Sentía angustia y tristeza –dijo Jesús–: una angustia jamás sentida por un solo ser humano en esta tierra.

 

            –¿Pero, cómo es que tu pudiste sentir eso?

 

            –Estaba mi humanidad representando todas las angustias pasadas,  presentes y futura de todos los hombres y mujeres de la historia entera. Si un título me cabía en ese momento era el de Responsable General de la Humanidad Pecadora.

 

            –¿Te recuerdas el pesar que sentiste cuando te enteraste de tu enfermedad? –le preguntó Jesús a Naomi.

 

            –Claro que lo recuerdo. Me sentía morir en ese minuto.

 

            –Bueno. Imagina trillones y trillones de veces ese pesar en un mismo momento y en mi única persona. No hay cabeza humana que imagine, ni carne que resista esa tensión. Yo, como Hijo, veía en ese momento todo el poder de la mentira y la soberbia, toda la astucia y atrocidad del mal… todo lo acogí dentro de mí para que e mí el mal quedará superado y privado de poder.

 

            Naomi salió de esa sindéresis especial y volvió al estado normal. En ese momento se le permitió mirar los ojos y el corazón de Dios Padre mientras Jesús se dirigía a Él con la palabra “Abba”, “Padre”. La mirada y el corazón del Padre parecían fundirse en una sola realidad. Complacencia Plena era la frase que mejor le cabía al momento. La herida que había dejado Adán era sanada de raíz en aquél acto de oración: “Si es posible, aleja de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” 

 

            Todo lo que la humanidad no había orado en justicia, y las omisiones futuras en cuanto a la oración, era reparado en ese acto supremo de obediencia. Estaba el Médico Jesús curando las heridas dela naturaleza humana y haciendo lo mismo con la herida profundísima del corazón adolorido del Padre.

 

            Haciendo de forma heroica la voluntad del Padre, Jesús estaba dando oficialidad a la petición del Padre Nuestro que dice: “hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”.

 

            –En verdad es un cielo en la tierra  –dijo Naomi en voz alta llamando la atención de todos.

 

            Seguía el gran silencio en los presentes y alguien, con tono incrédulo, de pronto, dijo:

 

            –Aquí oró el Señor a su Padre pidiéndoles que le librase de aquella hora. No lo libró. El Padre no escuchó al Hijo.

 

Intervino un turista y rápido reaccionó:

 

–Sí lo escuchó, pero al tercer día.

 

–Es una enseñanza que nos deja este sitio: que los relojes que nosotros usamos no son como el de Dios. Lo que para nosotros es un año para Dios puede ser un segundo.

 

Otro turista dijo:

 

–En este sitio Jesús experimentó la soledad. Aquí se estremeció ante la muerte inminente. Aquí le besó el traidor. Aquí todos los discípulos lo abandonaron.

 

–Este es un jardín. ¿No fue en un jardín, el del Edén, donde se produjo una traición? –dijo Mirla.

 

–Sí,  y fue en un jardín, el de los Olivos, donde se ha reparado aquella traición de los primeros días del mundo –dijo Freddy.

 

            Hallábase nuestra protagonista sin el efecto de sindéresis en el punto exacto del terreno donde Jesús puso su frente para aquella oración,  y donde su sudor había caído, comenzó a recordar un episodio interesante:

 

            Se decía para sí: “Recuerdo aquel día que fui a visitar a doña Imelda, hace algunos tres meses. Vi sus lágrimas deslizarse sobre sus mejillas. Ella miraba el piso desgastado de su casa. Lloraba porque había perdido a sus dos hijos en cuestión de cuatro meses: uno murió en accidente de tránsito y otra de suicidó. Ese llanto era profundo y ese rostro maltratado me hablaba de una soledad de alma… Aquí en Getsemaní estaba la soledad y las lágrimas de esta señora”.

 

            Así, pasaron bastante tiempo en aquel lugar  hasta la media tarde. Cada uno fue saliendo, y los esposos Betancourt se dispusieron a llevar a Naomi a casa.

 

 

 

CAPÍTULO 5

TERCERA SOLEDAD

 

 

            La reflexión sobre la Pasión, mirando a Cristo por dentro, hacía que nuestra joven protagonista pensara menos en su enfermedad y más en los asuntos de la fe.

 

            El miércoles santo, estando en la procesión del Nazareno en la llamada Vía Dolorosa, Naomi, mirando el cielo pensó y repensó esto: “el cielo no está vacío“. El azul del cielo con las figuras de nubes blancas inspiraron a Naomi una buena iniciativa: “ayudaré a llevar la cruz de tantos hermanos enfermos que necesitan de mi servicio, me anotaré como voluntaria del Hospital Oftalmológico San Juan de Jerusalén”.

 

            El lector podrá tener la inquietud de cómo Naomi sacaría tiempo para, además de cumplir con su encargo de universidad, tener tiempo para otras cosas. No olvidemos que en realidad, las tareas universitarias las hacían por las mañanas, y las tardes eran libres;  además, lo universitario no era un trabajo difícil: se trataba sólo de encuestar y fotografiar.

 

            Los santos propósitos no se detenían. El día jueves santo Naomi y los Betancourt participaron en la celebración de la Misa, manteniendo fresco el recuerdo del  Cenáculo. Era impresionante la cantidad de turistas que iban y venían por aquellos días en Jerusalén. Se veían muchos periodistas con sus micrófonos en mano y grabadoras portátiles.

 

            Cristianos y protestantes esperaban el día siguiente, viernes santo. Ese día se multiplicaban los turistas, pues en la Vía Dolorosa se meditarían con solemnidad las 14 estaciones del viacrucis por el sitio exacto donde, dentro de la vieja Jerusalén, se cree que Jesús hizo su recorrido hacia la crucifixión.

 

Amaneció el viernes, y por la tarde comenzaba la gigantesca procesión. Muchos llevaban cruces grandes sobre sus espaldas, para cumplir promesas. Los cantos y el clima exaltaban la fe, dándole carácter público.

 

 –Esto es increíble –comentaba Naomi a la pareja Betancourt–: pareciera ver a Jesús entre nosotros.

 

–La fe nos dice que Él está entre nosotros –repuso alguien que oyó la conversación.

 

En este tramo de nuestra Novela, dejamos de nombrar los personajes secundarios y nos centraremos solo en Jesús, visto por dentro en su penúltima soledad. Aquí sucedió una sindéresis colectiva, en la cual todos los presentes en el viacrucis de la Vía Dolorosa experimentaron los hechos tal como sucedieron:

 

            ************

 

            Dentro de Jesús había un dolor profundo, porque la dirigencia judía estaba rechazando el Don de Dios. Mientras era llevado al Juicio ante el Gobernador Romano de Judea Poncio Pilato, Jesús caminaba con una serenidad nunca vista en persona alguna. En su mente repetía, a modo de jaculatoria, la frase: “Padre mío, Padre mío”, y recordaba todas las infidelidades de Israel.

 

            Había mucho alboroto en el pueblo, mientras había regocijo en los dirigentes judíos. 

 

–¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos? –preguntó Pilato al Pueblo.

 

–¡Crucifícalo, crucifícalo! –gritaron sudorosos.

           

            Jesús no tenía abogado humano que lo defendiera, su gran defensa era el Padre. Mientras daban aquellos gritos: ¡crucifícalo!, el corazón de Jesús pensaba en su Padre Dios,

 que estaba recibiendo las ofensas. Era como gritarle a Dios: “no te queremos aquí con nosotros”. Surgió un diálogo entre el Padre y el Hijo:

 

            –Me complazco en Ti, Hijo Amado –dijo Dios Padre–: Ante tu silencio amoroso, ningún grito humano me encoleriza.

 

            –Padre mío: verás cómo muchísimas almas irán a tus brazos –apuntó Jesús en medio del desorden de aquel pretorio lleno de agitación.

 

            –Si sólo tú me obedecieras, como lo estás haciendo, eso me bastaría, Hijo –acotó el Padre.

 

            Cuando le pusieron a cargar la cruz, Jesús repetía en su interior: “es necesario que pase por este momento”. Pensaba: “Si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer? El Padre es la Fuente, El Espíritu Santo no tiene cuerpo material, un arcángel es simple criatura, solo yo lo puedo hacer”; y a medida que caminaba, sus piernas se iban debilitando cada vez más. La masa de mal que asfixiaba al mundo se iba disolviendo como el hielo ante el calor. 

 

            Dos de las mujeres piadosas de Jerusalén que acompañaban el tumulto, se dijeron:

 

            –Ante esta cantidad de gente en contra de Jesús no podemos sino mirar y contemplar –dijo una de ellas.

 

            –Pero me llama la atención cómo Dios se toma en serio el mal: lo está quitando de raíz  –acotó la otra.

 

            –Sí, tan dañino debe ser el mal, que ¡mira a donde ha llegado Dios! –dijo la primera que habló–: pero, debemos saber que no es que Dios ame por masoquismo el sufrimiento. Lo que a Dios le agrada es el que lleva la cruz. Cuando lo mira a Él se le pasa toda ofensa.

 

            –Adán y Eva no podían disculparse tanto como para acomodar un daño tan hecho. Un “perdóname” pronunciado por Adán y Eva no era suficiente para restaurar el orden pensado por el Creador. Se necesitaba una humillación de este tamaño para reparar la soberbia humana. Hacía falta una obediencia así para reparar la desobediencia de todos los tiempos –completó la segunda-: SOLO DIOS LO PODÍA HACER.

           

            Mientras tanto iban en la procesión Naomi y todas las demás personas que contemplaban con bastante realismo las estaciones. Allí también iban Samantha y Rebeca. Se animaros esta vez.

 

            –Yo he visto muchas películas de la Pasión –dijo Samantha–. Pero nunca había sentido algo como hoy. Las películas me pasaban a Jesús por fuera,  ¡pero por dentro, parece que lo ocultaban!

 

            Naomi asintió con la pura cabeza sin hablar. Iba tan impresionada que las palabras humanas en ella nada podían expresar. Solo le pasaba por la mente las enfermedades incurables y las angustias que producían en las personas que las padecían. Naomi iba orando por todos los enfermos. Ella misma era una enferma: también oraba por ella misma.

 

 

Octava estación de cristo en la vía dolorosa.

 

 

            (Aún estamos en sindéresis especial). Era cerca de las once de la mañana de aquel primer Viernes Santo de la historia, y mucha gente iba tras Jesús, que llevaba la pesadísima cruz a cuestas. La gente se echaba aire con cartones, porque hacía mucho calor. Aunque Jesús, como Hijo Amado, estaba eternamente acompañado por el Padre y el Espíritu Santo, sin embargo, como hombre estaba completamente abandonado. Las ovejas se hallaban dispersas. Con su serenidad de alma, Jesús metía en el mundo la posibilidad de tener paciencia con los defectos de los demás. Por dentro, Jesús le dice al Padre con voz temblorosa, casi sin poder respirar:

 

            –No me extraña que me hayan dejado solo, es que hay un peso terrible en el corazón humano, el peso de la debilidad que les empuja hacia abajo y hacia atrás.

 

            Las caídas de Jesús eran reparadoras. Nunca había surgido un ser humano que tuviera tanta influencia ante el cielo, y menos si era humillado como a aquel crucificado de Nazaret. Muchas crucifixiones había habido, pero nunca una como aquella.

 

            Entre la gente había un muchacho que nunca dejó de mirar a Jesús desde la condena hasta el final, y este observó el proceso de las caídas. Pudo observar el efecto de tres miradas hechas por Jesús: había visto cómo Jesús, mientras caía, a un mismo tiempo miraba la cruz, miraba el suelo e intentaba mirar el cielo desde abajo. Esa triple mirada era una oración silenciosa que decía: “Padre, te ofrezco y reparo por las caídas de las almas mejores; aquellas que, queriendo ser fieles, caerán en pecados, no por malicia, sino por debilidad. Desde hoy y para siempre te pido por ellas”.

 

            Fue el momento de la coronación de espinas. Estaba todo el sarcasmo del mundo acumulado en un solo lugar y momento. Allí, representada en aquellas espinas, estaba la malicia de los verdugos que asesinarían a todos los mártires de la historia de la Iglesia. Pero ahí estaba la paciencia de un Dios que venia bregando con un Pueblo rebelde, desde el primer pecado de la humanidad. El rostro de Jesús ya estaba desfigurado. No parecía humano. La desolación iba humanamente ganando. No tenía una pisca de consuelo humano: ERA SU PENÚLTIMA SOLEDAD. 

 

            Cada espina de la corona reparaba algo de miseria humana. Allí estaban las lágrimas derramadas en hospitales, funerarias y cementerios, estaba el pesar de las almas que expresaban su dolor con lágrimas, porque más nada se podría hacer. Allí estaba el llanto de las madres que llorarían a causa de guerras y países desolados, debido a la malicia e ignorancia de sus gobernantes. Allí se hallaba el vivir difícil de numerosas personas. Naomi vio el mapa de su País reflejado en las pupilas ensangrentadas de Jesús.

 

Era el momento preciso de la crucifixión. Todo parecía solitario. El ambiente lucía con penumbras, como cuando las nubes señalan lluvia. Había una brisa muy seca y calurosa. Había gran cantidad de personas alrededor de Jesús, pero la inmensa mayoría con odio y rechazo obsesionados. Jesús era consiente de lo que se estaba dejando hacer. Su oración ya no era con palabras, sino con solas miradas al cielo y gemidos de agonizante.

 

Mientras lo clavaban en la tabla horizontal, estando la cruz echada en el suelo, su mirar era el de uno que no podía ya ni observar por alrededor. El hecho de estar boca arriba era providencial: así podía dirigir la mirada al Padre como hacía cuando iba a hacer milagros. Estaba haciendo el Gran Milagro de elevar la naturaleza humana más alta de lo que el Creador había dispuesto al principio.

 

El mundo entero estaba en expectación. Era impresionante notar cómo los elementos más pequeños de la creación estaban suspensos por el bien que se estaba avecinando. Cada martillada a los clavos era un nuevo grito de Jesús. Pero esos gritos tenían fuerza de fervor para la frialdad que cundía el mundo.

 

–Sigue gritando, malvado –le decía a Jesús uno de los soldados que martillaba sin ningún tipo de compasión.

 

–¿No era esto lo que querías? –decía otro. Y martillaba más fuerte que la martillada anterior.

 

–¡Eso, así te queríamos ver! –decía un tercer soldado.

 

La rebeldía humana descargaba toda la rabia contra Dios. Era la venganza del demonio representada en los crueles soldados. Se dijo el demonio: “es ahora cuando debo aprovechar para desahogar mi rabia acumulada de millones de años. Nunca he tenido fácil una ‘presa’ tan importante”.

 

       Jesús parecía no sentir, pero en realidad era que estaba agotadísimo, deshecho, solitario. Solo podía pensar en el presente, porque la imaginación ya no le daba para pensar en el futuro, ese futuro en el que siempre había pensado. Se vivía un “todos contra uno”. En ese momento el demonio se sentía con poder sobre Dios y quería cambiar el significado del nombre “Jesús”. En vez de “Dios salva” él quería traducir “dios condena “.

 

            No podemos imaginar el dolor desgarrado de aquel cuerpo desfigurado. El sudor mezclado con sangre hacía que Jesús no supiera si lo que sentía era ardor o dolor. En realidad eran las dos cosas juntas.

 

 

CAPITULO 6

LA ÚLTIMA SOLEDAD

 

            Todos los que meditaban el viacrucis por aquel camino donde pasaron los pies del Redentor, no salían del asombro. Realmente estaban sintiendo el sabor amargo del Jesús de los Evangelios. Allí estaban: acompañando, con el recuerdo y la fe, al Sufriente en su última soledad: la soledad de la crucifixión. Ahora lo contemplan elevado con el signo indeleble de la Alianza Nueva y Eterna: LA CUZ. Se hallaban en el punto céntrico de la Divina Misericordia.

 

            El que dirigía el viacrucis leía esta hermosa oración: “ahí estás, Jesús, como hombre de dolores,  habituado al sufrimiento, tal como te describió el profeta Isaías. Estas tocando el fondo de la naturaleza humana herida, y estás cargando con nuestros dolores. Éramos nosotros los que debiéramos estar allí, sin embargo está tu cuerpo maltratado y humillado. Tu humildad, Señor, ha humillado a la soberbia humana”.

 

            La mayoría derramaba lágrimas incontroladas. Por allá,  a lo lejos, se veían personas de otras confesiones religiosas que miraban con extrañeza la manada de gente que rezaba y cantaba. Un cuchicheo se oía de unos supuestos cristianos que criticaban y tildaban de fanatismo aquél sentido acontecer:

 

            –Esa gente cree que se va a salvar por llorar ante una cruz –dijo una persona a otra. En ese preciso instante hacían el canto: “Victoria, tu reinarás. Oh cruz, tu nos salvarás…”

 

            –En mi País beatificaron una monja que, estando enferma gravemente, dijo: “No quiero cantarle a la cruz, quiero llevar la cruz cantando” –dijo una segunda persona.

 

            Eran las dos y media de la tarde cuando se hallaban todos en el lugar donde sucedió la crucifixión: el sitio llamado La Calavera. Y he aquí que sucedió otra sindéresis especial, pero esta vez no para todos, sino para Naomi.

 

            Ella vio a Jesús alzado en la Cruz totalmente sin nada propio,  como siempre había vivido. Su única riqueza era el corazón de Dios Padre y las almas de buena voluntad. Jesús tenía fiebre alta (a 41 grados), la hemoglobina bajísima, la tensión arterial totalmente descontrolada (subía y bajaba), y el ritmo cardíaco acelerado. Casi no podía respirar. Si lo hubiesen querido llevar a la UCI no hubiese sobrevivido. Pero nadie lo llevaría. Estaba rodeado de acusadores en su mayoría.

 

            Sólo había un pequeño grupo de acompañantes que mentalmente y con el corazón se ponían en su lugar: María,  su Madre; Juan Apóstol y otras mujeres.

 

            Un diálogo empático surgió entre Jesús moribundo y su Santa Madre (Naomi, que se hallaba bajo el efecto de la sindéresis, escuchaba y callaba, mientras los demás oían la lectura de la última estación):

 

            –Hijo: espérate tres días –díjole la Virgen.

 

            –Madre: mi alma los espera; mi carne ya no aguanta más. Me siento morir. Se acerca el momento. (Esto lo dijo con mirada agotada).

 

            –Ya el cielo comienza a festejar la victoria del Domingo –díjole María.

 

            –El mal se halla muy incrustado –decía Jesús moribundo.

 

            Un pensamiento sagrado en forma de oración intervino dentro del subconsciente de la Virgen: “Hace treinta y tres años el Arcángel me decía que salvarías al Pueblo de sus pecados”. Y se acordaba de la profecía de Simeón. La Virgen meditaba cuán importante era el ser humano para Dios. “Dios mío: te tomaste, como siempre, el hombre en serio”, pensaba.

 

            –Madre: ahí tienes a tu hijo… –dijo Jesús mirando a María, y después de un prolongado silencio, dijo–: Ahí tienes a tu madre –y miró a Juan. Mirando,  pero sintiendo vértigo.

 

            –Tengo sed –Era la única palabra, de las siete, que iba en beneficio propio; pues las demás miraban a los demás.

 

            –¿Tienes sed? Aquí tienes. (Y un soldado le dio vinagre con hiel, pero no con la intención de quitarle la sed sino para que durara con vida unos minutos más y así fuera alargado su sufrimiento).

 

            Por fin, la mancha del mundo tenia doliente. Al punto que Jesús probó el vinagre, pensó en la cantidad de almas de todos los tiempos que se acostumbrarían al mal y lo convertirían en medio para vivir. La amarga hiel con su probar y esquivar, representaba la realidad de que una gran mayoría se condena en el amargo infierno por los pecados de lujuria y sexo desordenado.

 

            Aquel Agonizante estaba expiando el pecado del mundo. Había encontrado, por decirlo así, la llave que Adán había extraviado. Su pureza le quitaba fuerza a la impureza. En ese momento era el “pararrayos” de la Humanidad aguantando el mal de los hombres, el mal acumulado desde los primeros días del mundo. El dolor estaba siendo elevado a dignidad de remedio. Era el verdadero Cordero Pascual que correspondía sacrificar en esa tarde para la fiesta de Pascua.

 

            Dios Padre se hallaba callado, sumido en complacencia. Estaba terminando el gran proyecto de hacer a sus criaturas hijos en el Hijo. Había un pacto de amor y Dios no podía no cumplir. Jesús abría puertas que ni Adán sabía que existían.

 

      En realidad  aquella inédita soledad no era sino la Obra del Redentor que enderezaba la torcida intención que se incrusta en las criaturas. Era el precio de un acuerdo de eternidad. El Hijo era Sacerdote, Victima y Altar. No cabía una milésima más de dolor, pues no había un centímetro de su carne que no tuviera ensangrentado. No había hueso que no le doliera.

 

            Naomi sale del estado de conocimiento claro y seguía a pie de la letra lo que se iba leyendo en aquel solemnísimo viacrucis por la Vía Dolorosa de aquel Viernes Santo. Iban meditando las siete Palabras, y cuando comentaban sobre la palabra: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, surgió algo que no se esperaban los presentes. Alguien de la gente interrumpió y dijo en alta voz:

 

            –Se debería sacar de la Biblia ese versículo, pues ¿cómo es que el Hijo de Dios se va a sentir abandonado del Padre? –Y continuó–: Cristo no pudo haber dicho eso.

 

            –No sabes lo que dices –dijo otro de los asistentes–; pues Jesús fue completamente hombre –dijo en son de defensa otro participante del viacrucis. (Esto fue en voz alta, al punto que paralizó el viacrucis unos minutos)

 

            –Ese versículo va a nuestro favor, pues nos recuerda que también nosotros tenemos nuestros momentos de angustia. Jesús, recitando el salmo 21 en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, nos enseña a recurrir a la Palabra de Dios en momentos de aprietos.

 

            Así como llegó, así pasó ese momento desabrido. Y siguió el solemne viacrucis por la Vía dolorosa.

 

            El ambiente de aquella tarde era templado, es decir, ni frio ni caliente; pero sí había una penumbra especial debido a la nebulosidad gris propia del mes de abril o del mes de Nisan en tierra Santa. El viacrucis había llegado en el sitio de la Calavera a eso de las 2.45 de la tarde. A nuestra protagonista la invadió nuevamente un profundo sentimiento por su enfermedad. Se miraba en un futuro no lejano haciendo colas para conseguir los tratamientos, pues ella sabía muy bien cómo era el País que le esperaba. Pero, oraba por su País que estaba viviendo en sí un viacrucis con casi 30 estaciones: era difícil comer, vestir, tener medicinas, estudiar, trasladarse, beber, comunicarse, convivir, cocinar; era un camino de verdadero dolor.

           

            Pero, así como tuvo preocupación Naomi tuvo también otra experiencia interior y real. Aún tenía en su memoria el semblante de paz de las monjas carmelitas y una de sus frases: “la obediencia y el dolor fueron elegidos para que el Redentor hiciera su obra en el mundo”.

 

            Se imaginó los últimos minutos de vida de Jesús, y con empatía cristiana se puso en su lugar. Jesús estaba totalmente solo en condición humana. Había una enorme oscuridad por fuera y por dentro de Jesús. El día parecía noche. Ya había pocos espectadores. Tenía seis horas de cruel desprecio. A Jesús ya ni la vista quería funcionarle. El Padre se hallaba en silencio total. Jesús tenía la sensación de que sus oraciones caían en el vacío.

 

            –Padre: no tardes más –decía Jesús interiormente.

           

            Nada. El Padre no hablaba ni consolaba. Ahí estaban María y Juan, pero también callaban. Callaban de dolor asumido.

 

            –Amén, Padre, amén –decía Jesús–: aquí estoy; no para que des gusto a mí, sino para darte gusto yo a ti –y repuso–: habla cuando quieras.

 

            Ningún consuelo del cielo. Jesús movía la cabeza hacia los lados para lograr respirar un poco. En ese momento a Jesús le dio un hipo muy descontrolado. El piso se hallaba empapado de sangre. Había un fortísimo olor a sangre. Un muy breve pero penetrador diálogo surgió entre María y Juan:

 

            –Ese olor a sangre… es mi sangre…–dijo lentísimamente la Virgen María– ese olor a sangre habla de tierra… la sangre se hace de los alimentos que produce la tierra… esta sangre habla de miseria… la tierra huele a imperfecciones humanas.

 

            Por fin Juan habló y dijo:

 

            –Me imagino al Padre mirando en el mundo, y notando que hay más Bien que Mal.

 

            Con la muerte de Jesús, el Bien habría de hacer en el mundo una invasión especialísima. María, Juan y las pocas mujeres vivieron la experiencia  de los amigos de Job cuando lo fueron a ver para consolarle, quienes estuvieron delante de Job siete días sin decir palabra, porque lo vieron increíblemente desfigurado. Algo así les había pasado a María, Juan y las mujeres: el aspecto de Jesús inspiraba silencio y más silencio. La palabras humanas no eran capaces de decir cosa alguna ni de expresar experiencias. El silencio de María era especial, porque ella no sólo veía al hijo por fuera, su sangre y sus dolores, sino también por dentro de Él con la sindéresis más perfecta que puede dar la fe: ella sentía los dolores del hijo de manera exacta y real.

 

            –Hijo: te veo regocijado, aún en este mar de lágrimas  –decía María, pero interiormente.

 

             –Lo estoy Madre, lo estoy –díjole Jesús.

 

            –Si tu lo estás, yo también lo estoy.

 

            Ese viernes santo era 14 de Nisan, según el calendario hebreo; y según nuestro calendario, el gregoriano, era 19 de abril. (Esto sucedía estando Naomi en plena sindéresis). Las familias judías preparaban con entusiasmo el cordero escogido para la cena pascual. Las familias se preparaban para sacrificar a las 3 de la tarde el Cordero para la cena pascual.

 

            Cuando se hicieron las tres de la tarde, mientras las familias judías mataban el cordero, Jesús vivía sus últimos segundos. “Padre: en tus manos encomiendo mi espíritu”. A las tres en punto expiró.

 

            Ese era el Gran Momento que necesitaba la historia humana. Este era el momento que Adán y Eva esperaban, y era la consumación de todas las profecías. El Hijo había cumplido todo cabalmente. El Padre estaba plenamente complacido. En el infierno hubo un grito garrafal con un prolongado “no”. El mismo demonio que minutos atrás quería matarlo ahora se asustaba por su muerte. 

 

            El Padre, que hasta ahora callaba, tenía que hablar. Todo el cielo hizo silencio esperando la pronunciación del Padre. Lo mismo hizo la tierra.

 

            El viacrucis terminó a las tres en punto. Naomi se reincorpora de la sindéresis. La gente se va dispersando para retirarse. Los esposos Betancourt trasladan a las tres amigas a casa. (No olvidemos que Samantha y Rebeca estuvieron en este viacrucis).

 

  

 

 

CAPÍTULO 7 (FINAL)

¡ALELUYA: DIOS NUNCA FRACASA!

 

 

            Después de aquella experiencia del viernes por la tarde, las tres amigas y el matrimonio Betancourt establecieron mejores vínculos de unidad.

 

–Cada logro de unirse a los Misterios de Dios es un paso para la unión entre hermanos –decían y compartían ellos. 

 

 El Sábado Santo las tres amigas se hallaban juntas, finiquitando asuntos universitarios: habían logrado sus objetivos, y por eso estaban muy contentas, celebrando en un lugar abierto y natural. Ese día por la mañana la Iglesia se hallaba de luto, y celebraba el hecho de que el alma de Cristo estaba llevando la salvación a los justos que vivieron antes que Él.

  

            Se podían dar de alta en materia universitaria, pero no en materia de fe; porque, aunque en el alma de Naomi esos días la gracia había logrado un gran avance, sin embargo le faltaba probar el sumo de la Resurrección.

 

            Naomi sorprende a sus amigas con una invitación:

 

            –Amigas, quiero invitarles a una misa súper especial que se celebrará esta noche. –Luego, con un poco de reparo, porque no sabía la reacción que iban a tener, continuó–: se llama Vigila Pascual: ¡Resurrección!

 

            –No me parece mala idea –dijo Samantha.

 

            –A mi tampoco –acotó Rebeca. (Era de la que Naomi estaba menos segura que aceptara, debido a su condición protestante).

 

            –Sabes, Naomi: yo hice la primera comunión y la confirmación,  aun lo recuerdo –dijo con tono melancólico, como quien saca del recuerdo elementos positivos–: tengo dentro una semilla católica.

 

            La Vigilia Pascual estaba pautada para las 8 de la noche en la Gran Basílica del Santo Sepulcro que quedaba cerca del hotel donde se hospedaban. Eran las 7:30 de la noche cuando salen del hotel hacia la Basílica. Había una luna llena bien llamativa.

 

             –Imposible no mirar esta luna –decía Samantha.  

 

            Naomi, que ya era experta en interpretar los signos naturales, dijo:

 

            –Hasta la luna habla de lo que conmemoramos ya esta noche.

 

            –A qué te refieres, amiga –preguntó Rebeca.

 

            –Hasta el cielo material habla de Luz plena –acotó nuestra protagonista.

 

            Casualmente en ese momento alguien le pasa a Rebeca, sin decir nada, un díptico con una explicación. Se trataba del folleto número 6 de la colección Defiende tu Fe.  (Ese alguien iba caminando al lado de ellas y estaba oyendo la conversación)

 

            –Gracias –le dice al que le dio el díptico. Y mientras caminan lee en voz alta:   “¿Por qué siempre hay una luna llena en Semana Santa?” (Era el título)

 

            Y continúa leyendo: “No se trata de una simple coincidencia, sino de una tradición que data de hace muchísimos años. La Semana Santa tiene fecha variable; pues, desde el Concilio de Nicea (año 325) se decidió que la Pascua de Resurrección se celebrase el domingo después de la primera luna llena que siguiera al equinoccio de primavera (21 de marzo). La Semana Santa católica responde a un curioso anacronismo: se rige por la luna. Viernes Santo es el primer viernes posterior a la primera luna llena después del equinoccio de primavera, de manera que la Semana Santa nunca será antes del 21 de marzo ni después del 23 de abril”.

 

 

Aleluya: Dios no fracasa

 

            A los 20 minutos llegan a la Basílica, y la feligresía ya estaba afuera. Los esposos Betancourt acompañaban a las tres amigas.

 

            –¿Y por qué la gente está toda afuera? ¿Hay alguna protesta? –preguntó Rebeca.

 

            –No. (Y se sonríen un poco) Es que la primera parte de la Vigilia se llama Lucernario, y comienza en la parte de afuera del Templo–explicó Freddy.

 

            –¿Lucernario? –preguntó Samantha.

 

            –Sí. Se enciende una fogata para ser bendecida. Es la fiesta de la luz por La Resurrección de Jesús. Hay un gran Cirio que representa a Cristo Resucitado que se enciende con el fuego nuevo –continuó Freddy.

 

            Comenzaba la solemne Vigilia Pascual con la bendición del fuego. Había muchísima gente de varios países e idiomas. El imponente fuego hacía pensar en la vida. Aquella luna llena era, esa noche, la reina del firmamento; pero no era sino el anuncio de la resurrección del rey de todos los astros.

 

            Nuestra joven tuvo una nueva experiencia de SINDÉRESIS al contemplar aquel enorme fuego que se imponía.

 

            –Veo en ese fuego el incendio del amor de Dios –dijo Naomi con los ojos fijo en las llamas.

 

         (Este sentir,  llamado por nosotros “sindéresis”, no era algo imaginativo, sino una experiencia espiritual que da la fe silenciosa)

 

            De inmediato, ella piensa en el episodio del fuego ardiente que Moisés vio y en el que Dios reveló su nombre.

 

            Bastaron 5 minutos para que Naomi viera que el mal estaba siendo puesto en otro lugar,  no en el centro, y que en el centro estaba siendo colocado Jesús, a quien la Biblia llama Piedra Angular. Aquello era el completo descanso del corazón del Padre, porque el Hijo ya tenía el lugar central en la Creación.

 

            Las luces del templo estaban apagadas por mandato de la liturgia. El sacerdote llevaba el Cirio Pascual encendido en plena oscuridad:

 

            –”Luz de Cristo” –cantaba el sacerdote.

 

            –“Demos gracias a Dios” –respondía la gente.

 

            La gran llama del cirio se hacía notar.  Al llegar al altar, un cantor entonó el Pregón Pascual, y lo hizo tan solemne que en muchos provocó erizos de piel; mejor aun, provocó una nueva y especial sindéresis en nuestra protagonista, que consistió en otro diálogo con Jesús:

 

            –¿Señor,  cómo estás?  –pregunto Naomi a Jesús.

 

            –Estoy Pleno porque mi Padre está Pleno –contestó Jesús y continuó–: mi Resurrección gloriosa es la respuesta silenciosa al Mal. Mi Padre y Yo no hacemos ruido, preferimos actuar.

 

            –Señor, por qué no te apareciste a todos los que tuvieron que ver con tu muerte –y con la mano hizo un gesto de ira, y continuó–: ¡se hubiesen quedado asombrados!

 

            Jesús se sonrió un poco y dijo:

 

–Hija mía: hay asuntos mucho más importantes que dejar pasmados de asombro a mis asesinos.

 

            En ese instante el canto del Pregón llegó a la frase que dice: “feliz la culpa que mereció tal Redentor…”; y al punto que se cantó esta frase Jesús dice:

 

            –Mi Padre nunca fracasa. A veces parece que fracasa, pero al fin siempre gana. Desde mi resurrección se ve más claro que el Bien es tan fuerte, que del mismo Mal pueden venir bienes inesperados. Yo soy el Gran viviente que camina a vuestro lado –dijo Jesús volteando la mirada a la feligresía.

 

            Hacen las lecturas del Antiguo Testamento y luego las del Nuevo. El canto del gloria fue muy decisivo. Mientras lo entonaban sonaban las campanas, y al altar se le fue quitado el luto mediante un solemne revestimiento. Había una sana mezcla de fe, convicción y emoción.

 

            Los ángeles se hallaban arrodillados durante el canto del gloria. La Virgen dialogó con el Hijo:

 

            –Hijo, tu victoria es la victoria de todos –dijo la Virgen.

 

            –El pecado está escondido, Madre: yo lo he asustado, lo he vencido. Su total aniquilación será al final de los tiempos. Desde ahora, quienes se le acerquen al pecado le dan poder –repuso Jesús.

 

            –Hijo: ni la Biblia ni la teología sabe cómo fue el momento exacto de tu Gloriosa Resurrección –dijo la Virgen como pidiéndole indirectamente una explicación, al igual que en cana de Galilea en aquella boda.

 

            –Fue un contrato entre Tres. Cuando mi alma humana hubo terminado de rescatar a las antigüedades, de inmediato salió un aliento del corazón del Padre que me infundió nueva vida. Estaba toda la Creación esperando el acontecimiento.

 

            Y continuó:

 

            –Hubo un protocolo organizado por los ángeles. El pensamiento del Padre fue clave. Su voz fue decisiva. Lo dijo y sucedió. Mi Padre me levantó, y conmigo a toda la Humanidad. Ese fue el contrato. Hoy fue escuchada aquella oración que hice el jueves por la noche en aquel huerto.

 

            La misa se desenvolvía normal. La liturgia de esta noche era muy completa. La alegría, la renovación de promesas bautismales, la invocación de los Santos, las flores del altar, la consagración del Pan y el Vino; todo era motivador. De manera que al salir de misa se consiguen con una sorpresa.

 

            Resulta que cuando van saliendo de misa, Rebeca se da cuenta que su hermano era el sacerdote que estaba confesando durante la misa. Pertenecía a la orden Franciscana y fue enviado a Tierra Santa por dos meses para recibir un Taller de Ciencias Sagradas. Se hallaba prestando servicio como confesor  en la Basílica. Imaginemos la alegría. Hablaron durante mucho tiempo, y cuando se despidieron, el Sacerdote le dijo a Rebeca:

 

            –Yo te aviso.

 

            Aquella noche las tres amigas tenían una sensación de emoción y deseos de más; pues ya se acercaba el día de su retorno. Los boletos del Barco ya estaban comprados. Rebeca y Samantha parecían otras personas. Hablaron de la experiencia de la Vigilia Pascual. Al parecer, de aquella Misa, les quedó un sagrado gusto por lo espiritual.

 

            Hubo un instante en que Naomi contó una experiencia vivida en el Hospital donde se había anotado de voluntaria.

 

            –Hoy entiendo más lo de la Resurrección de Cristo. El jueves me encontré con una Señora que llevaba veinte años en una silla de ruedas. Desde que la vi por vez primera me llamó la tención su serenidad. No era algo sólo del temperamento: su serenidad hablaba de una vida de sacrificio y espera en la fe. Le pregunté su secreto y me dijo: “yo no hago sino vivir el momento presente colmándolo de amor; sé que esta silla es como un altar donde puedo ofrecerme como Jesús en la Cruz. Cada día saboreo algo de la Biblia y uso mucho un libro llamado La Imitación de Cristo”.

 

            Samantha y Rebeca oían con sorpresa aquella narración, mientras Naomi continuaba:

 

            –Creo que no hay mejor prueba de que Jesús resucitó. Esas almas serenas y amantes de la cruz nos enseñan que Jesús vive donde se ama de verdad. (Esto lo dijo Naomi pensando en que desde ahora en adelante iba a espiritualizar su enfermedad y ayudar a cuantos enfermos se encontrase, incluyendo a su Papá)

 

            Hallábanse el domingo de Pascua casi para comenzar a preparar maletas cuando Rebeca recibe una nota de voz por WhatsApp.

 

            Dijo Rebeca:

 

            –Escuchen esto. Creo que es una noticia que nos va a alegrar –y coloca el altavoz. Decía: “¿Ustedes querían conocer más sitios en Tierra Santa?, pues, les tengo una excelente noticia: sí puede conseguirles estadía para tres meses; y, ¡alégrate hermana!: con pasaje de regreso en avión, todo completamente gratis”.

 

            El hermano de Rebeca había movido sus influencias para darle a su hermana y sus dos amigas este genial regalo.

 

 

 

FIN

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios